A simple vista podría confundirse con una fábrica más; eso sí, una bastante grande. Pero el proyecto que aquí se desarrolla, en el barrio de Büyükeceli, municipalidad de Gülnar, en la provincia metropolitana de Mersin, bañada por el Mediterráneo, es a la vez la gran ilusión de los ministros de finanzas de al menos dos países, y los ejecutivos e ingenieros de una corporación paraestatal rusa. Tres lustros de ires y venires están a punto de adquirir sentido, al echar a andar un sueño interrumpido por varios retrasos derivados de la disrupción de la cadena de suministros en la región, y uno que otro faltante en las cuentas. Sin embargo, cuando su construcción concluya y entre en operaciones, probablemente pasará a ser el dolor de cabeza de personas como Mark Rutte, Úrsula Von der Leyen y, por supuesto Rafael Mariano Grossi.
Se trata de la Planta de Energía Nuclear de Ayukku, la primera de la primera planta de energía nuclear en Turquía y aún se encuentra en construcción. El proyecto, con un presupuesto inicial superior a los 25 mil millones de dólares, deberá dotar de electricidad al 10% de los 783 mil kilómetros que conforman el territorio sobre el que se expresa la soberanía de Turquía.
La primera planta de energía nuclear de Turquía, sí, en las últimas fases de construcción, ya está generando preocupaciones en los despachos mayores de la Comunidad Europea (en la que ya hay 13 países con instalaciones nucleares en sus territorios), por el hecho de que el financiamiento de edificación lo está aportando Rusia, cuyos ingenieros (que al 15 de agosto de 2025 ya llevan dos meses sin cobrar) se encuentran al frente de la construcción de aquella planta, que se mantendrá bajo la propiedad de Rusia durante los 80 años subsecuentes al inicio de sus operaciones.
Esta preocupación occidental, y específicamente estadounidense, es patente en el minidocumental ¿Por qué está Rusia gastando 250 mil millones
para construir la primera planta nuclear de Turquía?, producido por el Wall Street Journal, que provee un panorama relativamente equilibrado respecto a las implicaciones energéticas, comerciales y políticas de la Planta de Energía Nuclear de Ayukku.
Geopolítica de la energía: El dilema turco entre soberanía y alianzas
La pieza explica que la motivación de Turquía para incentivar la construcción del proyecto energético ruso en su jurisdicción reside en la ambición de ganar soberanía energética, ya que el 70% las necesidades energéticas turcas se cubren con importaciones desde Rusia, Azerbayán y, hasta antes del bombardeo estadounidense en su planta nuclear, desde Irán.
A pesar de que desde la década de los años 50 del siglo pasado, Turquía anhelaba construir su planta nuclear, las sucesivas oleadas de efervescencia política impidieron su emprendimiento. Sin embargo, en mayo de 2010, Estambul y Moscú firmaron un acuerdo (en realidad fueron 17) para establecer los plazos y las responsabilidades de las partes, siendo éstas el gobierno de Rusia, la corporación estatal energética rusa Rosatom, el gobierno central de Turquía y su correspondiente Ministerio de Energía.
Además de construir la planta corriendo con el 100% de los gastos y operarla por 60-80 años, Rosatom se compromete a un manejo responsable de los residuos de la planta, a una operación de la planta bajo los máximos estándares de seguridad (porque ningún turco quiere vérselas con un incidente como el de Ciudad Juárez en 1983), y a la formación de personal competente entre la población turca, para que eventualmente la población local pueda colaborar con la operación de Ayukku,.
Este modelo de negocios resulta único dentro la industria y su implementación es la primera prueba que arrojará las lecciones para otras futuras instancias, si es que llega a haberlas. El proyecto lleva siete años en desarrollo, pero voces autorizadas apuntan a que en algún momento de 2026 podría encender sus cuatro reactores, que convergerán en la generación de 4.8 gigawatts, suficientes para abastecer el 10% del territorio turco, a un precio de 12.35 centavos de dólar, equivalentes a 2.10 pesos mexicanos por hora-kilowatt. Es decir, casi el triple de lo que en la región central de México cuesta el consumo básico en agosto de 2025: .7937 centavos de peso por hora kilowatt.
Como es de esperarse, los expertos del WSJ entrevistados para el minidocumental no se guardan ninguna advertencia sobre “el riesgo” que la OTAN percibe en la erección del megaproyecto ruso, dada la relativa proximidad de la Planta Ayukku con bases militares bajo la jurisdicción del Tratado, tales como la base aérea Incirlik, una plataforma de lanzamiento aéreo de casi mil 400 hectáreas en el extrarradio de la ciudad de Adana, también en Turquía, o
la Estación de Radares de Kürecik, establecida en 2012 sobre las ruinas de un antiguo observatorio de misiles y actividad aérea soviéticos. El propósito de este sistema de radares es la detección temprana de amenazas balísticas en la región, y su establecimiento generó desde el primer momento airadas protestas de Irán, que desde entonces advertía la ventaja táctica que Israel podría sacarle, dejando expuestas a las demás naciones de la zona a la superioridad táctica aumentada de Israel y los catastróficos episodios que generan sus activaciones.,
De acuerdo a los expertos del WSJ , la planta de energía podría ser utilizada por Rusia como palanca sobre el gobierno turco, a quien Moscú podría presionar en un futuro para aceptar el desembarco de tropas rusas en Turquía, bajo el pretexto de resguardar la Planta de Energía Nuclear a toda costa, y ya sin ningún Ucrania que se interponga entre el Ejército ruso y la OTAN.
Un tema de conversación para romper el hielo durante la sobremesa de un almuerzo presidencial en la base ártica Elmendoff-Richardson
Un detalle en el que el documental no ahonda mucho, pero sí lo hace una pieza coescrita por Joe Wallace, Costas Paris y Jared Malcin, publicada por el WSJ el 2 de febrero de 2025, es el relativo al congelamiento de los dos billones durante una triangulación ante operadores financieros privados respondientes ante la autoridad estadounidense.

En 2022, la administración Biden detectó transferencias financieras gigantescas desde Rusia hacia Turquía. En un espacio menor a una semana, se intentaron hacer llegar a Ankara 5 mil millones de dólares para reactivar con insumos de China la construcción de la Planta de Energía Nuclear de Ayukku, que llevaba meses detenida. Sin embargo, al detectar las transferencias el Departamento de Justicia de EE.U., “congeló” los últimos 2 mil millones de dólares tras su ingreso a los sistemas de JP Morgan Chase y Citigroup.
Estos bancos actuaron como intermediarios para mover los fondos de un banco ruso (Gazprombank, que no estaba sancionado en ese momento) a un banco turco (Ziraat Bank), con el objetivo de financiar el proyecto nuclear. La planta de Akkuyu se utilizó como un conducto para mover el dinero, pero las autoridades estadounidenses sospechaban que el propósito real era crear una reserva de dólares offshore para Rusia, no solo para la construcción de la planta. A pesar de los esfuerzos de los fiscales para confiscar los fondos, el gobierno de los Estados Unidos, en ese momento bajo la administración de Joe Biden, bloqueó la confiscación por temor a dañar las relaciones diplomáticas con Turquía, un aliado clave de la OTAN. Y aunque bloqueó la confiscación, los dos mil millones de dólares siguen ahí, congelados en la friolera sancionada de JP Morgan y Citygroup.
¿No sería esa transacción un efectivo rompehielo para Vladimir Putin en caso de que algún súbito silencio se apoderara de la sobremesa, el día de mañana, frente a Donald Trump, en el comedor ejecutivo de la base Elmendorf-Richardson, en Anchorage, Alaska?
FOTOGRAFÍA: ROSATOM