Columnas

Sobre la idea de celebrar a la patria

Fernando Pessoa, el poeta por excelencia de esta tierra donde vivo ahora, dice en uno de sus más conocidos poemas que el Tejo -el más extenso y caudaloso río que recorre Portugal- es más hermoso que el pequeño río de su aldea. Pero que aun así, indica sin que sea contradictorio en absoluto, el Tejo nunca podrá ser en realidad más hermoso, porque no es el río de su aldea.

Este sentimiento de cariño sobre lo que nos es propio -y a lo que pertenecemos, igualmente, porque nada es nuestro sin que seamos también de ese algo- es un factor humano común. La mejor comida es siempre la de casa; el mundo se expresará, en cada caso, mejor en nuestra lengua; nuestras creencias, nuestros ritos y mitos, se volverán fácilmente la realidad entera, a diferencia de aquello que creen los otros, que en realidad nos sonará artificial, increíble e incluso en algunos casos, absurdo. Si, es verdad, muchas veces decimos que el jardín siempre parecerá más verde al otro lado de la cerca, pero eso es sólo porque es el jardín de nuestro vecino.  

La patria, sea ésta como queramos llamarle, es, claro está, un ente artificial. Nada hace al Popocatépetl más mío de lo que es el Kilimanjaro, ni hay más razón para que apoye a la franja de la que en realidad, me hace seguidor igualmente del Porto. La relación que tengo con mi ciudad querida no es nada más un efecto colateral de decisiones tomadas por otros. ¿Por qué el lugar que habito debería sentirse menos mío que ese en el que hace veinte años no vivo?

Esto no es, contrario a lo que parece, una oda al supuesto antipatriotismo simplón que algunas personas tienen. Claro que entiendo el poder de la nostalgia y la construcción de memorias lejanas como fundamento del cariño. Incluso en ocasiones, me encuentro, sorprendiéndome a mí mismo, con una sonrisa al recordar a ese colegio alemán en que me trataron de forma sistemática como un sujeto secundario en mi infancia. Ninguna de las personas que estudiaron ahí, conmigo, pasa ahora de un ocasional encuentro con un conocido, pero todavía recuerdo el viejo árbol de azotadores en que jugábamos a las canicas, las largas horas de clases antipedagógicas y el libro que expropié después de que me obligaran a leerlo por entero en voz alta cuando dije que no necesitaba los ejercicios de lectura. Y sonrío. Porque eso también es mío. Porque yo también soy parte de eso.

Es verdad, nací y crecí en un entorno que me fue dado, que no elegí y del cual me alejé por decisiones propias aunque siempre condicionadas. Pero, y ahí está la diferencia, yo participé y construí, junto con miles y millones de manos, lo que es ahora. Mi cariño por los símbolos y sus lugares no deviene de pensarles como esencialmente superiores, sino porque ahí me encuentro y encuentro igualmente a los míos. No es sólo el recuerdo, sino el resultado de mi pasado que se materializa. 

Por ello, hace algunos años escribí que desconfiaba de las personas que se asumían abiertamente como antipatriotas en abstracto. Cualquiera con dos dedos de frente es perfectamente capaz de observar lo peligroso y problemático que es la construcción de una categoría excluyente basada en un elemento tan absurdo como la geografía para entender la identidad. Pero no es contra eso contra lo que discuten quienes se oponen a la noción de patria, porque, lo saben bien, para la gran mayoría de las personas esa idea no representa eso. Nosotros, país migrante -en los dos sentidos- por historia básica, tenemos incluso un popular dicho que lo rechaza abiertamente: los mexicanos nacemos donde se nos da la chingada gana.

La vida me ha enseñado que la mayoría de la gente de los países coloniales centrales -y lo pongo así, porque todo estado moderno tiene, de forma interna al menos, un carácter colonial- que se dice “antipatriota” no es realmente tal. Lo que rechaza es que los otros, a los que ve como inferiores, tenga el respaldo de esa noción. Y lo digo porque ellos disfrutan total y absolutamente de sus propias condiciones patrias, y las aprovechan en cada momento en contra de cualquiera que intente tratarle en igualdad de circunstancias. Nadie es más patriota que un supuesto antipatriota español cuando escucha a un latino habla de las guerras de conquista y exterminio y de la deuda histórica del colonialismo. Como los hombres “deconstruidos”, las feministas radicales y los salvadores blancos, ese supuesto antipatriotismo es la búsqueda de exclusividad de lo que se entiende como un privilegio para usarlo como ventaja frente a los otros.

Por otro lado, quienes buscan construir un argumento de que la patria es algo artificial como un sinónimo de que es algo inexistente o bien, engañoso o negativo, siempre colocan como natural algo que tiene las mismas características. Si es de derecha, probablemente lo haga con la artificial noción de “individuo”, una categoría inexistente a todo nivel filosófico y político fuera de la modernidad occidental, pero que el o ella, como persona que nació en esa modernidad, piensa como natural (después de todo, el pez no es capaz de ver el agua en la que nada) o la “familia”, que es, lo sabemos todos, una institución mutable que ha tenido infinidad de formas distintas a lo largo de la historia. Que es verdad, la patria es un elemento artificial y construido, como lo es el individuo… o la familia.

Más difícil de rechazar, es la versión de la “verdadera izquierda” que discuten con argumentos ciertos, pero incompletos, contra esta idea. Que si, que es verdad, que el Estado mexicano es un estado totalmente colonial, racista y que ha fagocitado a miles de otras formas políticas, sociales y culturales para construirse como un ente homogéneo bajo un mito constituyente que niega la pluralidad… pero eso no dice absolutamente nada sobre lo que representa ese imaginario sobre lo propio y su celebración. Es más, tanto no lo dice, que la gran mayoría de la gente que utiliza ese argumento, lo hace defendiendo la existencia de una “mini patria” que les es propia, diferente a la “patria mexicana”. La “comunidad”, el “barrio”, la “matria”, no son sino intentos de constitución patria. Gran parte de ellos, repitiendo esas dinámicas internas.

Esto no quita, por eso la distinción, que algunos patriotismos sean totalmente terribles. Pero el problema no es, en abstracto, la idea de patria. Porque Palestina es también patria y lucha por serlo, y eso no le hace igual al estado genocida de Israel.

Algunos dicen, ahora, que “no hay nada que celebrar” en estos días. Me queda claro, que eso es una confesión más que una crítica: quien no tiene nada que celebrar, es simplemente, porque sabe que no ha hecho nada. Dejemos la fiesta al pueblo, que suda y vive en este canto. Que lucha y llora. Que ríe y goza. Que hace y construye la patria que celebramos todo el resto. Por ello, les recuerdo a todos, que en nuestro mito se dice que mientras el mundo exista, nadie olvidará la fama y la gloria de nuestra patria. Aunque a veces, muchas y muchos de nosotros, lo olvidemos.

Que viva México.

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