Las marchas estudiantiles la enfrentan con determinación y solidaridad
Este jueves 2 de octubre no podemos sino reivindicar el movimiento estudiantil surgido en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla con la declaración del Paro en el mes de marzo pasado.
El antecedente más inmediato lo encontramos en el Paro estudiantil declarado en febrero de 2020, hace cinco años, cuando las y los estudiantes de las universidades poblanas salieron a las calles a exigir el esclarecimiento de los homicidios de tres estudiantes de Medicina, dos de la UPAEP y uno de la BUAP.
En esa ocasión los problemas inicialmente planteados eran los relativos a la seguridad, pero en el curso de las mesas instaladas para atender a las necesidades del estudiantado, surgieron como heridas lacerantes el acoso sexual, así como problemas específicos de cada escuela y facultad, como el caso de Medicina y la eterna insuficiencia de plazas para que sus alumnas y alumnos concluyan sus estudios.
Digo eterno porque, efectivamente, lo que detonó el Paro estudiantil de este año fue, nuevamente, la falta de plazas, problema agravado por la creación de otras instituciones públicas con carreras del área de la salud.
Las marchas llevadas a efecto cada 2 de octubre, además de que “no se olvida”, tienen el propósito de reivindicar el derecho a la libre expresión y dan voz a las necesidades y carencias vividas por el estudiantado y otros sectores universitarios y sociales.
Al respecto nos parece verdaderamente alarmante que la violencia intrauniversitaria se esté dando cada vez con mayor frecuencia. Es el caso del asesinato del estudiante del CCH Sur de la UNAM, frente al cual se ha levantado una ola de protestas y de paros en distintas escuelas para exigir a las autoridades el restablecimiento de un entorno seguro y la pronta investigación y resolución del crimen cometido.
Como lo señala Hugo Aboites en su artículo del 27 de septiembre del periódico La Jornada, titulado “Muerte en la universidad, muere la universidad”, esta violencia lleva a aceptar “medidas antes desechadas (torniquetes, saturación de cámaras, vigilancia extrema). No piensan en reunirse con profesores y estudiantes y discutir con ellas y ellos cómo fortalecer la prevención desde el aula, erradicar el autoritarismo, educarse todos mediante la comunicación abierta y horizontal y crear climas de trabajo colectivo que hermanen y apoyen.”
Efectivamente, el recinto universitario, como las catedrales en la Edad Media, funciona como un lugar de refugio, de asilo, de amparo frente a las acciones violentas venidas incluso de autoridades. Y es que el sentimiento de seguridad que uno tiene viene de la confianza que la comunidad a la que pertenecemos nos brinda, y no de la presencia de guardias o artefactos de seguridad.
En una comunidad como la universitaria los individuos ven al otro como su igual, como alguien que piensa y actúa de manera similar a la suya, y eso sustenta un sentido de compañerismo y de solidaridad.
Frente a un peligro, las personas se unen para ayudarse y lo que no debe permitirse es que esa comunidad se pulverice, se atomice.
Las marchas estudiantiles, como la del 2 de octubre, se hacen para mostrar a las autoridades que la comunidad sigue existiendo, que la organización y comunicación es fundamental para preservar los derechos de cada uno de sus miembros, y que la acción colectiva es la vía para lograr sus objetivos.
Todos(as) rechazamos los actos de violencia y estamos dispuestos(as) a enfrentarlos sin violencia y de manera tal que no se genere más violencia.
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Fotografía: Especial












