La presidenta Claudia Sheinbaum cruzó la marca del primer año de su mandato con una aceptación pública que oscila entre el 70 y el 80%, según diversas encuestas nacionales. Se trata de un respaldo sólido, sobre todo en un país donde la paciencia ciudadana suele agotarse pronto. Sin embargo, el reto de todo liderazgo no sólo se mide en cifras de popularidad, sino en la capacidad del equipo que lo acompaña. En política, un presidente es tan fuerte o tan débil como lo sean las piezas de su gabinete. Y tras doce meses de gobierno, el equipo de Sheinbaum ofrece un balance desigual: luces notorias en algunos sectores estratégicos, pero sombras densas en otros donde la ineficacia o el bajo perfil resultan preocupantes.
El 5 de octubre, Sheinbaum volvió al Zócalo capitalino, esa plaza donde nació el movimiento que transformó el mapa político en 2018 y se consolidó en 2024. Desde ahí, con el respaldo de miles de simpatizantes, la presidenta reafirmó su proyecto y presentó su primer informe de gobierno. Pero más allá de la mística y la multitud, la pregunta es otra: ¿quiénes la acompañan realmente en la tarea de gobernar? Detrás de la ovación y la escenografía del poder, el gabinete se muestra con claroscuros y una desigual capacidad para sostener el ritmo de un gobierno que pretende ser de resultados.
Llama la atención el cerco burocrático que separó, literalmente, a dirigentes y militantes durante el acto en el Zócalo. Las vallas no sólo fueron metálicas: simbolizan también la distancia entre el corazón popular del movimiento y la tecnocracia que ha ocupado algunas secretarías. En el templete, la presidenta estuvo rodeada de sus colaboradores más cercanos; unos con autoridad probada, otros con la discreción de quien ocupa un cargo sin imprimirle sello alguno.
Los más destacados del gabinete en este año son tres figuras que, hasta el momento, han demostrado eficacia, lealtad y una alta exposición pública.
Marcelo Ebrard Casaubón, secretario de Economía, ha sido el rostro del gobierno de Sheinbaum ante el mundo. Su papel es crucial en la relación con Estados Unidos, particularmente ante el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca. Negociar con un político impredecible y de mano dura no es tarea menor. Ebrard ha debido equilibrar firmeza diplomática con pragmatismo, protegiendo los intereses mexicanos sin romper los puentes del diálogo comercial y migratorio. Su experiencia y su carácter lo mantienen como uno de los pilares del gobierno.
Omar García Harfuch, al frente de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, enfrenta el desafío más complejo: reducir los índices de violencia en un país donde la seguridad sigue siendo la gran deuda del Estado. Heredero directo de la estrategia de “abrazos, no balazos”, Harfuch ha introducido una dimensión técnica y operativa que busca dar resultados medibles. Ha logrado mejorar la coordinación con las fuerzas armadas y fortalecer la inteligencia policial, aunque los resultados aún son parciales. Su perfil, disciplinado y sin estridencias, le da credibilidad ante la ciudadanía y confianza ante la presidenta.
El tercer vértice lo ocupa Édgar Amador Zamora, secretario de Hacienda, quien sustituyó a Rogelio Ramírez de la O. Su papel ha sido sostener la estabilidad macroeconómica en medio de presiones externas y, al mismo tiempo, financiar el robusto gasto social del gobierno. Bajo su conducción, Hacienda ha mantenido la disciplina fiscal sin sacrificar los programas prioritarios de Morena. Sin embargo, el margen de maniobra se estrecha conforme crecen las demandas sociales y los costos de los megaproyectos.
Estos tres funcionarios conforman el eje duro del gobierno: el internacional, el de seguridad y el económico. Son, sin duda, los soportes de un sexenio que enfrenta retos simultáneos en todos esos frentes.
Más abajo, en un desempeño intermedio, se encuentran Mario Delgado, secretario de Educación Pública, y Ariadna Montiel, secretaria de Bienestar.
Delgado ha logrado implementar el programa de becas Rita Cetina, dirigido a estudiantes de educación básica, y ha sorteado con habilidad los conflictos sindicales del sector educativo. No obstante, su gestión carece aún de una visión transformadora. La educación mexicana sigue atrapada en un modelo centralista, con graves rezagos digitales y pedagógicos.
Por su parte, Ariadna Montiel representa la continuidad de la política social iniciada en el sexenio de López Obrador. Bajo su mando, el programa 60 y Más mantiene su alcance y cobertura, pero sin innovación. La continuidad no siempre es sinónimo de mejora. El reto de Montiel es modernizar los padrones, garantizar la transparencia en la entrega de recursos y vincular la política social con el desarrollo productivo local.
El resto del gabinete se divide entre la discreción y la ineficiencia. En algunos casos, la falta de resultados se combina con una alarmante ausencia pública.
Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Gobernación, parece diluida entre la rutina administrativa y los equilibrios internos del poder. Su falta de liderazgo político ha dejado vacíos que otros intentan llenar.
Raquel Buenrostro, la denominada “zar anticorrupción”, tampoco ha logrado detonar casos emblemáticos ni reformar el sistema de rendición de cuentas. Su discurso enérgico no se ha traducido en resultados tangibles. En contraste, el periodista Jorge García Orozco, desde fuera del gobierno, se ha convertido —por vía de investigaciones en redes y solicitudes de transparencia— en un verdadero fiscal de los excesos de algunos funcionarios de la Cuarta Transformación.
Claudia Curiel, en Cultura; Josefina Rodríguez, en Turismo; Luz Elena González, en Energía; Rosaura Ruiz, en Ciencia; Citlalli Hernández, en Mujeres; Juan Ramón de la Fuente, en Relaciones Exteriores; Alicia Bárcenas, en Medio Ambiente; David Kershenobich, en Salud; Julio Berdegué, en Agricultura; Barak Baruch, en Trabajo; José Merino, en la Agencia Digital; y Jesús Antonio Esteva, en Comunicaciones y Transportes, conforman un mosaico irregular.
Algunos, como Esteva, arrastran pendientes críticos: las vías de acceso al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles siguen inconclusas, y el deterioro carretero avanza sin freno. Otros, como Rosaura Ruiz o De la Fuente, apenas asoman en la vida pública, pese a dirigir áreas estratégicas.
En el extremo del bajo perfil se encuentra Edna Elena Vega, secretaria de Desarrollo Territorial y Urbano, cuya gestión carece de presencia mediática y de resultados concretos.
El general Ricardo Trevilla, secretario de la Defensa Nacional, y el almirante Raymundo Morales, de la Marina, han mantenido la línea de disciplina institucional que la presidenta exige. Su papel es operativo y estratégico: garantizar la seguridad nacional, apoyar la infraestructura civil y mantener bajo control el despliegue territorial de las fuerzas armadas. Han cumplido sin protagonismos, como corresponde a su rango y tradición castrense.
El primer año de Sheinbaum deja claro que la presidenta es una mujer con visión, temple y capacidad técnica. Pero su gabinete no siempre está a su altura. En algunos sectores, la lealtad se ha confundido con la inercia. En otros, la experiencia ha derivado en burocracia. Un gabinete equilibrado requiere talento político y eficacia administrativa, pero también diversidad de pensamiento. La uniformidad ideológica puede ser una virtud en la campaña, pero un obstáculo en el gobierno.
El 2026 será un año de prueba mayor: la economía enfrentará presiones por la desaceleración global; la política exterior exigirá firmeza ante un Trump más hostil; y la seguridad seguirá siendo el talón de Aquiles del Estado. En ese contexto, Sheinbaum necesitará un gabinete con iniciativa, no sólo con obediencia.
Comparado con el arranque del sexenio anterior, el gabinete de Sheinbaum parece más técnico, menos político y más homogéneo. Pero también menos carismático. El liderazgo personal de López Obrador suplía las carencias de sus secretarios; Sheinbaum, en cambio, necesita apoyarse más en ellos. Su estilo científico y analítico demanda colaboradores que entiendan los problemas con profundidad y actúen con precisión. No basta con la retórica del movimiento: se requiere gestión pública eficaz.
Si algo distingue a Sheinbaum es su compromiso con la planeación. Pero la planeación, sin ejecución, se convierte en papel. Y el papel, sin política, se vuelve irrelevante.
El primer año de Claudia Sheinbaum ha sido exitoso en aprobación ciudadana, pero irregular en desempeño gubernamental. Marcelo Ebrard, Omar García Harfuch y Édgar Amador son pilares sólidos; Mario Delgado y Ariadna Montiel cumplen, pero sin trascender; el resto, con excepciones, se pierde en la mediocridad.
El desafío de Sheinbaum no es sólo mantener la popularidad, sino transformar su gabinete en un verdadero equipo de Estado. Un gobierno no se mide por el número de informes, sino por la coherencia entre lo que promete y lo que ejecuta. Si el segundo año repite los errores del primero, el capital político podría diluirse más rápido de lo que las encuestas hoy reflejan.
La presidenta aún tiene tiempo para rectificar. Pero el reloj político no perdona: o le pide que se pongan las pilas a una importante parte de su gabinete o la realidad lo hará por ella.
Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.
@onelortiz
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