Los momentos de agitación social generan, se sabe desde siempre, sus propios lenguajes. Conocidos por los participantes orgánicos -es decir aquellos que actúan en ellos desde su propia vida cotidiana- cuando incursionan en la sociedad general, se escuchan extraños, sin mucho sentido, incluso a veces incomprensibles. Esto no se debe a alguna característica específica, esencial de ese lenguaje particular, sino que muestra muy bien que el habla es en realidad, construida activamente por quien le usa: las palabras tienen el significado que quienes las utilizan de forma conjunta le proporcionan y aceptan.
No resulta extraño, en ese sentido, que quienes no participan de forma total en esas actividades, malinterpreten algunos elementos dentro de ese lenguaje. Lo hacen, porque para ellos, dentro de sus propios códigos, las palabras usadas tienen un sentido y al desconocer aquel que le dan los participantes específicos de un movimiento, ellos la entenderán desde su propia visión lo que quieren decir. Si yo, abogado como soy, hablo de “persona”, por ejemplo, no estaré diciendo lo mismo que escuchará un médico. Ninguno de los dos estará equivocado dentro de nuestros propios códigos interpretativos, pero probablemente esa diferencia será un problema para la comunicación común.
Por ello, y ante la pregunta insistente de algunos amigos, quisiera poner mi muy señoro grano de arena para entender algunos elementos de las manifestaciones que se realizaron este fin de semana y que se repetirán el próximo. No lo hago, resulta lógico, pensando que yo soy un participante activo, orgánico de esa marcha -eso se lo dejo a otros que exigen que las marchas se hagan como ellos quieren para ser “legítimas”-, sino porque muchos de los elementos simbólicos que se utilizan son derivados de lo que me resulta propio.
No creo necesario explicar ampliamente el contexto geopolítico que ha llevado a las “manifestaciones de la Gen Z”, especialmente porque últimamente todos los medios de comunicación en nuestro país lo han presentado. Se trata de manifestaciones de jóvenes, que mientras más jóvenes parecen más legitimados para ello, que se articulan a través de un hartazgo generacional contra el sistema y por la falta de oportunidades que el futuro inmediato les proporciona. Para ello, han tomado como “estandarte” la bandera de los llamados Mugiwara o Banda de los Sombreros de Paja, personajes del manga/animé One Piece.
Contra lo que algunos de mis amigos parecen pensar, esta caricatura (que es lo que significa precisamente esas palabras en japonés: manga es equivalente a comic y animé a caricatura), no es algo que haya surgido recientemente. Las primeras revistas y capítulos fueron creados todavía en los noventa, en una época en donde quienes tenemos más de cuarenta años, precisamente, veíamos ese tipo de material. Pueden preguntarle a su amigo “conocedor” del tema y todos dirán lo mismo: se trata de algo muy antiguo, con una historia continua desde entonces.
Quienes nos acercábamos a ese material en nuestro país -debemos recordar que existía un estigma al respecto- le veíamos de manera fragmentaria, lo mismo en videocasetes que en discos compactos o memorias, adquiridos de forma ilegal, con subtítulos no oficiales, realizados por quienes gustaban de ese material, y que encontrábamos esporádicamente. Otros títulos de ese entonces, como Neon Génesis Evangelion (la historia de como los ángeles fueron enviados a la Tierra para destruir a la humanidad y la manera en que los humanos lucharon para intentar detener eso) fueron criticados en medios de comunicación masivos como “diabólicos”, algo que incluso pasó con los animés que fueron adquiridos y distribuidos por los grandes canales de televisión nacional, como Pokémon, Saint Seiya (Los caballeros del zodiaco), Sailor Moon o Dragon Ball. Pero One Piece siempre pasó de lado. Tanto en la distribución como en su rechazo por parte de las visiones conservadoras del país. ¿Recuerdan ustedes como decían que “Pikachu” quería decir “Salve el señor de las tinieblas”?
Quizá por esta razón, para la gran mayoría de las personas de mi generación, este animé permaneció desconocido. Y por ello, se sorprenden de su surgimiento, que ven como resultado de este momento y no como un producto cultural de nuestra época -aunque cabe aclarar, como dice el viejo y conocido chiste al respecto, que mientras sigamos vivos, esta sigue siendo “nuestra época”-. Pero no es así. Y por ello, es que voy a contar un poco sobre su historia y cómo puede verse su relación con el momento actual.
One Piece es un manga que se desarrolla en un mundo claramente post-apocalíptico, aunque su tónica, su mensaje e incluso la forma narrativa nunca lo presente así hasta muy tarde en la trama. Se trata de un planeta dividido en cuatro grandes espacios por el océano, que tienen características diferentes y que impide una comunicación efectiva de la gente entre ellos. En este mundo, existen unas frutas llamadas “del diablo” que proporcionan habilidades especiales -lo que llamaríamos superpoderes, aunque algunas de ellas tienen un impacto que pensaríamos negativo en quien la come- y que son únicas. Mientras la persona que comió dicha fruta viva, la planta que le da no volverá a florecer y por lo tanto, no es posible tener a dos personas con el mismo “poder” al mismo tiempo (aunque si pueden existir otros parecidos). Igualmente, por sus características, es un mundo donde la lucha es una parte muy importante de la vida. A tal grado que algunas artes marciales han logrado desarrollar habilidades igualmente sorprendentes, que permiten a quien las practica pelear en similitud de condiciones con los usuarios de frutas del diablo.
La historia nos pone en antecedente de que comienza en el fin de un momento revolucionario específico. Durante un periodo oscuro del cual no se tienen noticias ni historia conocida, existieron elementos que transformaron radicalmente el mundo, y que llevaron a la eliminación de toda forma de gobierno anterior. Se trataba, por lo que se entiende de un mundo plural, mayoritariamente feudal-monárquico, con algunos intentos iniciales republicanos e incluso experimentos comunitarios anarquistas. Se desconocen las causas exactas, pero al final de esa época oscura, lo que surgió fue un gobierno mundial controlado por las más poderosas familias monárquicas de la época, que se alejaron del mundo para vivir en los cielos y gobernar desde ahí como “dragones celestiales”. Para ellos, el resto de la humanidad (y de las otras razas del planeta) son básicamente escoria: insectos que sólo sirven para cumplir sus caprichos y voluntad. Por ello, la esclavitud existe, los gobernantes locales funcionan como caciques y la sociedad está profundamente jerarquizada.
En ese marco, la única salida posible parece ser la actividad filibustera/bucanera, es decir, la piratería. Bandos que se organizan para tratar de golpear económicamente para mejorar sus condiciones e idealmente, buscar algo de “justicia” inmediata contra el gobierno. La historia comienza precisamente en la derrota de ese momento revolucionario que llamaríamos “espontaneísta” con la ejecución del llamado “Rey de los Piratas” por el Gobierno mundial. En el cadalso, Gol D. Roger pide a la gente que le escucha que no se rinda y que luchando por la justicia, busque “su tesoro” al que llama el One Piece.
En este escenario, un pequeño niño que escucha ese llamado, decide convertirse él mismo en el nuevo Rey de los Piratas y combatir las injusticias del mundo. Pocas esperanzas reales, tiene, sin embargo, pues se trata de alguien que para todo efecto práctico es huérfano, en una isla remota y con condiciones precarias. Cuidado a medias por su abuelo, uno de los más importantes soldados del gobierno -un vicealmirante de la marina mundial- que de vez en cuando lo supervisa, Luffy D. Monkey crece con una serie de variopintos personajes que construirán su visión del mundo. En esas condiciones y por su natural e infantil condición, Luffy comerá una fruta del diablo que había sido recientemente robada por una banda de piratas de la que él mismo es amigo: una fruta que le proporciona la capacidad de parecer “de goma”. El líder de esa banda le regala un sombrero de paja, que se vuelve a partir de ese momento su estandarte.
A lo largo de más de mil capítulos, tenemos una historia entrañable que va marcando una lucha constante contra la injusticia y el encuentro con otros personajes, con historias complejas y motivaciones personales, pero igualmente positivas. Buscando el One Piece, ellos se embarcan en aventuras que les dejan ver cómo el mundo está diseñado y luchan para buscar dejar un mundo mejor. Luffy se revela, muchísimo tiempo después de este inicio como un “elegido” que deviene en uno de los grandes poderes del pasado y se descubre que el Gobierno Mundial en realidad es la tapadera de un quinteto de personajes que son quienes controlan el mundo desde las sombras -más aún, que obedecen al verdadero gobernante- y que son los responsables de los siglos de oscuridad e ignorancia que se tienen en la historia. Incluso de forma activa, pues destruyen a quien intenta investigar al respecto. Curioso es, en ese sentido, que los primeros eliminados de forma directa, son los antropólogos e historiadores, que vivían en una isla específica, después la gente que se levantó de manera auto-gestionada y finalmente, en este momento, los científicos técnicos. Otros pueblos, como los gigantes y la comunidad de la diversidad sexual, han sido excluidos de toda interacción, la historia oficial incluida, debido a la imposibilidad de destruirles. Las personas no binarias, queer, homosexuales, trans y homosexual forman parte fundamental de cada una de las resistencias existentes.
Durante esta historia, hay un elemento, sin embargo, que hace profundamente diferente a este momento revolucionario del anterior: la organización, por parte de un grupo de esclavos auto liberados de los Dragones celestiales, de un “Ejercito revolucionario”. Durante gran parte de la historia, los protagonistas, piratas del bando del “Sombrero de Paja” y elegidos por el destino, habrían sido derrotados muchas veces de no ser por la existencia de esas personas que luchan a su lado, incluso sin poderes, para destruir las relaciones de dominación en el mundo. El líder de dicho ejército es el padre del protagonista, con muchos bandos de piratas alineados tangencialmente a ellos. Y la isla donde se encuentran las personas de la diversidad sexual, es el lugar central de sus planificaciones. Porque ellos, fuera de toda forma de aceptación inmediata por el gobierno, son tan esclavos como lo eran quien se liberó de sus cadenas físicas.
Es ahí que se encuentra hasta ahora la historia de One Piece. Es ahí, donde muchos panistas señoros se intentan refugiar para atacar al gobierno. Una narrativa a la que, en la vida real se oponen, pero que colocan como bandera en su Facebook porque sienten que sirve a sus intereses inmediatos. Aunque ellos serían seguidores de los ángeles celestiales, y defiendan en la vida real, a todos aquellos que serían vistos como injustos en esa historia. Quizá por ello, rechacen que en la primera marcha de la “Gen Z” la gente haya llevado banderas de Palestina, de la diversidad sexual y de comunismo. Porque para ellos, que siguen con sus exigencias de la “marea rosa” y “el INE no se toca”, lo que la juventud debería exigir, bajo esa bandera de pirata, es exactamente lo que ellos quieren.
Y por eso, precisamente, es que la Gen Z los rechaza, como en el pasado los rechazaron todos los movimientos sociales de los que intentaron colgarse.
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