Nuestro vecino del norte ha lanzado en estos días, un documento (NSS2025) que contiene su nueva estrategia de seguridad. Ella se basa, principalmente, en la recuperación de la llamada “Doctrina Monroe”, es decir, la idea de que el continente americano le pertenece a los Estados Unidos. Esto resulta lógico pues después de todo, esa doctrina se encuentra en el centro de la política de Donald Trump y su “Estados Unidos primero”.
El documento es en realidad corto. Se trata de 30 páginas en donde se detallan algunos elementos que si bien es cierto, no dicen algo novedoso -todo lo que está ahí contenido es realizado desde siempre por ese país-, desenmascaran totalmente tanto a los Estados Unidos como, incluso más importante para nosotros como latinoamericanos, a quienes solicitan o reciben apoyo de ese país en nuestras naciones.
En el pasado, muchas de las acciones de los Estados Unidos eran desarrolladas bajo el argumento de buscar el bienestar común, incluso global, basándose, supuestamente en principios universales, como la democracia, la justicia o los derechos humanos. Claro que nadie lo creía -con excepción, quizá, de algunas personas en ese país-, pero esa justificación servía como manto para que ellos pudieran realizar las más atroces acciones sin consecuencias, así como para que algunos ciudadanos extranjeros -que de nueva cuenta, no creían que ellos estuvieran diciendo la verdad- abrieran las puertas de sus países y entregaran nuestros recursos a cambio de poder o dinero.
En ese sentido, este documento da un giro importante, pues deja de lado ese intento hipócrita de búsqueda de bienestar o de principios morales universales como fundamento de las acciones norteamericanas, para presentar de forma cínica lo que siempre han buscado: proteger los intereses económicos y militares de Estados Unidos y de sus ciudadanos. De nadie más que ellos. Algo que claramente, todos en nuestros países sabíamos, pero que era siempre rechazado por ellos -incluso en ocasiones, con risas-.
Por el contrario, en estos momentos los Estados Unidos indica que desarrollará una postura de “paz mediante la fuerza” que busca recuperar el control del continente americano y otras zonas del mundo. Rechaza la importancia de sujetos políticos fuera del Estado Nación -lo que incluye no sólo a comunidades y grupos étnicos, sino también a individuos y a la comunidad internacional- y asume una forma de comercio desigual con otros países, algo que será defendido no sólo de forma económica, sino también militar. Cualquier intento de un país extranjero que consideren debe estar supeditado a ellos (como México) por realizar avances tecnológicos, transformaciones internas o alianzas estratégicas será, de acuerdo con su dicho, controlado por los Estados Unidos y, repito para que quede claro, buscará el beneficio exclusivo de ese país y sus ciudadanos. Si los otros países se benefician o no, si sus ciudadanos ganan algo o no, es algo totalmente secundario.
Este cambio político es importante porque refleja muy bien la decadencia de la hegemonía norteamericana en el mundo. Se trata de la dentellada final de un imperio que se desmorona y que ha reconocido, muy tarde, las señales de esa caída. Lo vemos en todos lados: en la cultura, en la música, en las posibilidades bélicas y en las relaciones comerciales. Lo que queda, para el imperio, es nada más que la violencia. No tiene tiempo para máscaras o subterfugios.
En este sentido, es importante ver que Donald Trump no es un loco, ni una excepcionalidad histórica, sino el corolario de un proceso de descomposición que se ha generado en ese país desde la guerra fría. Contrario a lo que algunos suelen pensar al respecto, la desaparición de ese terrible personaje no modificaría en gran medida los procesos sociales en curso. Estados Unidos se ve obligado, por su propia lógica de construcción económica de guerra, a tener un enemigo constante que permita alimentar su maquinaria. Pero en un mundo en que sus rivales históricos no están dispuestos al enfrentamiento directo, y las potencias emergentes no se encuentran interesadas en ese tipo de conflicto, le queda la guerra interior o lo que ha realizado: un intento de recuperación de su poder colonial, en condiciones materiales que ya no responden a sus deseos.
Este problema es claro, cuando vemos que este documento renuncia explícitamente a dos de los principios básicos de su conformación como país. El primero, al indicar que el tiempo de la migración ha terminado. Estados Unidos, el país que se formó y se forjó a través de los migrantes -y el exterminio o expulsión de sus habitantes originarios- rechaza ahora, la idea de migración. En la base de la estatua de la libertad, se encuentran inscritas las palabras que le dieron sentido a su historia misma y representaron durante siglos su identidad como nación: “Denme sus enfermos, sus pobres, sus masas amontonadas que anhelan respirar en libertad«. El poema de Emma Lazarus no es ya, parte del sentimiento estadounidense.
En segundo lugar, el documento reconoce que los padres fundadores tuvieron siempre como principio rector de la nación a la que aspiraban el no intervencionismo. El crear una nación que mirara como iguales al resto y que ayudara a una mejora sustancial en el mundo de la mano de los otros. Esto lo hace, solo para indicar que eso no es posible. Que un país “con los intereses y necesidades” de Estados Unidos no puede ser no intervencionista y que lo harán sin ningún tipo de disculpas o arrepentimiento. Como, reconoce, lo han hecho siempre en el pasado.
De esta forma, el “corolario Trump” como le ha dado a llamar el magnate convertido en presidente a el retorno de la Doctrina Monroe con la unión de su “Estados Unidos primero”, es una muestra más del destino manifiesto de todo imperio: el de tener un ciclo que necesariamente termina, aunque ese fin, agónico y extenso, puede generar un sinfín de problemas para quienes se encuentran en la órbita de ese gigante.
Debido a ello, es necesario que nuestro país deje de comportarse de forma reactiva. Que busque, a través de sus propios caminos, una salida al impasse que cada día más, se aproxima. Al final del día, México tiene igualmente, que comenzar a ver primero por sí mismo y en segundo lugar, aquellos que son suyos: América Latina. Para hacerlo, sin embargo, se requieren muchas cosas que no tenemos; una mejora sustancial en el sistema educativo, la transformación de los procesos de producción de bienes y servicios, una mayor redistribución y una activa participación internacional.
Nada de esto es posible en el horizonte que tenemos enfrente. Los niveles de violencia, la fragmentación social, los peligros externos y la dependencia económica y tecnológica del país, así como las características de nuestras clases burguesas -eminentemente parasitarias y extractivistas-, no dan mucha esperanza para lograr el cambio necesario. Algo deberá hacerse, sin embargo, para no repetir con otros imperios, el ciclo eterno de la supeditación al que nos hemos visto condenados desde el Siglo XIX.
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