Casi 7.000 personas iniciaron una caminata de tres días por los bosques del este de Bosnia para recordar a las más de 8.000 víctimas del genocidio de Srebrenica, ocurrido en julio de 1995. A 30 años de la matanza, la “Marcha por la Paz” traza en sentido inverso la ruta que miles de hombres y niños bosnios musulmanes intentaron recorrer al huir de las tropas serbias, que terminaron por capturarlos y ejecutarlos sumariamente.
El evento conmemorativo no solo evocó la memoria de las víctimas, sino también el fracaso de la comunidad internacional para protegerlas, particularmente de Naciones Unidas y de potencias militares como Estados Unidos y la OTAN, que intervinieron tarde y de forma desigual en el conflicto.
En Nueva York, la Asamblea General de la ONU remarcó el carácter de genocidio de Srebrenica, mientras la OTAN reapareció con discursos de apoyo a Bosnia, intentando posicionarse como garante de estabilidad regional. Sin embargo, este retorno se produce sin una revisión autocrítica sobre su actuación en los años noventa, cuando su indecisión y falta de coordinación permitieron el avance de las tropas serbias incluso en zonas supuestamente protegidas.
Aunque la OTAN participó en los bombardeos sobre posiciones serbobosnias en 1995, esos ataques ocurrieron después de tres años de inacción, y sólo cuando el conflicto amenazaba con desbordarse más allá de los Balcanes. Para muchos analistas y sobrevivientes, estos bombardeos no solo llegaron demasiado tarde, sino que también provocaron nuevas víctimas civiles, alimentando aún más el caos y el resentimiento en la región.
La organización militar liderada por EE.UU. había contado con información anticipada sobre la posible limpieza étnica, pero eligió no actuar para no entorpecer las negociaciones de paz en curso. Hoy, su presencia en Bosnia se presenta como parte de un intento de contrarrestar la influencia rusa, más que como un ejercicio de justicia o reparación.
Por su parte, la reciente visita del secretario general de la OTAN a Sarajevo coincidió con nuevas tensiones separatistas en la República Srpska. Sin embargo, la retórica actual de la Alianza Atlántica ignora su propio rol en el pasado, cuando su política de contención priorizó intereses geoestratégicos sobre la protección de civiles.
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