Columnas

El problema de la gentrificación y sus falsas soluciones

Durante las últimas semanas se ha hablado mucho sobre la “gentrificación” en nuestras conversaciones cotidianas. Este concepto fue creado hace más de sesenta años, en 1964, en un libro de la socióloga británica Ruth Glass llamado “Londres: Aspectos del cambio” (London: Aspects of change).

En la introducción de esta obra, Glass habla sobre la sensación generalizada de que Londres estaba cambiando. Es más, muestra como es que esos cambios efectivamente se están dando. No se trata sólo de que la gente “lo sienta” sino de que en verdad hay una transformación en la ciudad. Algunas personas llaman a ese cambio una “americanización” (nosotros diríamos “agringamiento”) de los lugares, porque se asume, se están dejando las formas tradicionales para volverse “más como las ciudades de Estados Unidos”.

Por el contrario, lo que ella propone es un análisis mucho más fino de ese fenómeno, que claramente, también está sucediendo en esas ciudades a las que las personas, desde la inmediatez, piensan que Londres se está pareciendo más. Es un fenómeno global de lenta transformación de los espacios de vida, que reconfigura todos a ritmos diferentes y que se articula como una forma de desposesión de las clases populares, incluso de sus -en términos muy liberales- propiedades o al menos, posesiones por parte de la gente “de dinero” (Gentry es un término que hace referencia a la nobleza “baja” de Inglaterra, es decir, la gente rica y con status que se diferencian socialmente del trabajador e incluso de la pequeña burguesía).

Si el término tiene sesenta años, el fenómeno es, sin embargo mucho más antiguo. El primer y más importante estudioso del capitalismo, Karl Marx, se refería junto con su más cercano colaborador, Friedrich Engels a ese proceso ya en el siglo XIX. En el capítulo XXIII del primer tomo de “El Capital”, Marx habla sobre como la transformación de la realidad social que se vivía en el cambio de las sociedades feudales y semi-feudales hacia las capitalistas, generaba un problema de habitación que dificultaba para la gente sin capital el tener una vivienda, pues todo cambio social “urbanístico” de mejora les empujaba a vivir en condiciones más deplorables, pues esos cambios no eran generados para ellos, sino precisamente para empujarlos a vivir fuera de esa realidad constituida para otros.

De la misma forma, en su respuesta al pensador francés Proudhon y sus discípulos, llamado “Contribución al problema de la vivienda”, Engels criticaba las respuestas superficiales que se presentaban para la cada día más complicada situación habitacional de los trabajadores y la pequeña burguesía en el Reino Unido. Para él, existen confusiones graves en el abordaje de este problema, que se acercan a él como si este fuera algo independiente del sistema de explotación capitalista y por lo tanto, como algo que puede resolverse de manera directa, sin resolver esa explotación.

Una cosa común que comparten los tres autores, como puede verse, es que muestran su preocupación al ver que lo podríamos llamar “el diagnóstico” del problema está mal hecho: se piensa de forma superficial sobre él y por lo tanto, las soluciones que se dan serán igualmente deficientes.

Algo así es lo que pienso cuando veo las más recientes manifestaciones en contra de la gentrificación. Una comprensión incompleta del problema, tanto de aquellos que buscan combatirlo como de quienes le defienden (porque si, hay gente que efectivamente… le defiende).

Esta comprensión incompleta no es, sin embargo, inocente. El que no hagamos una reflexión profunda sobre el problema, sus causas y a partir de ello, de sus soluciones, responde a una intención concreta y está siendo empujada activamente por grupos que lo que buscan, es precisamente lograr una fascistización social profunda, es decir, naturalizar las ideas fascistas para que sean parte del sentido común de la gente. Cuando atacamos “al gringo” por ser gringo en abstracto, lo que hacemos no es vengar ningún tipo de agravio realizado por “los suyos” … sino que estamos aceptando tácitamente qué algunas personas ataquen, en otros espacios a “los mexicanos” igualmente en abstracto.

Claro que algunas personas pueden decir que no, que no se ataca a “los gringos” sino a los que “se portan mal”. Pero ese es exactamente el discurso republicano de Trump y sus aliados: Que existen “mexicanos buenos” y “mexicanos malos” y que la diferencia entre ellos define quien es bien o mal tratado. Sabemos, por experiencia, historia y sobre todo porque nadie aquí es tan tonto como para ignorarlo (algunos quizá, si lo suficientemente hipócritas para fingir que no lo entienden) que al final del día, esas diferencias sólo sirven para ser utilizadas de forma arbitraria para atacar a alguien. Después de todo lo que se pide desde los dos lados es que toda la gente que no piense, sea o actúe como nosotros, se quede calladito, quieto, en su lugar y nos sirva adecuadamente.

Resulta comprensible la indignación de quienes ven sus propios espacios de vida transformarse y sobre todo, excluirlos activamente -porque hay gente que inocentemente piensa que si su colonia se gentrifica, entonces ellos van a mejorar su calidad de vida, sin darse cuenta que ese deseo, refleja muy bien que ellos son precisamente el obstáculo para “mejorar la calidad de vida” de su colonia- y como el hecho de que en ese proceso se encuentren con gente que tiene más dinero, contactos, reconocimiento social o poder político problematiza su relación con ellos. Pero en esa encrucijada, existen dos caminos: tratar de entender por qué se da ese fenómeno y combatir sus casusas, o pensar que se trata de un asunto que se relaciona con su país, con su color de piel o con alguna otra característica superficial porque nos resulta más fácil indignarnos por ello.

Cuando hacemos lo segundo, lo único que conseguimos es luchar contra algo imaginario que se nos presenta de forma “real”. Como en el mago de Oz, estamos peleando con la imagen en el humo frente a nosotros, y no al hombre detrás de la cortina que está manejando todo.

El problema, al final del día no es que “el gobierno no haga casas suficientes” (lo que es una tontería absoluta) ni que “se permita que los gringos vengan a vivir aquí” (lo que en realidad, no es sino un problema secundario… tenemos en el país más que suficientes personas totalmente dispuestas a gentrificar absolutamente todo lo que pueden, sin necesidad de extranjero alguno, para que el problema sean los extranjeros, como bien lo muestran Luisito Comunica o Leo Zuckerman con sus declaraciones sobre el tema), sino un problema de desigualdad. Que esa desigualdad tiene un componente racial, un componente de género, es innegable. Pero esas características generan una sub-clasificación y no se encuentran en el origen.

Al final del día, como bien dice Engels, ¿qué logramos si le damos “una casa” a cada uno de los trabajadores, para después obligarlos a ir a trabajar lejos de ella y a conseguir otra, vendiendo la primera?  ¿quién la compraría, si cada trabajador tuviera una? ¿cómo conseguiría una nueva, si al final del día, se le diría, él ya tendría una? El ser el pequeño propietario de un bien no cambiaría la relación de dependencia que tendría con sus propios procesos de explotación, sino que le servirían como un ancla para ser explotado de maneras más profundas y como fuerza de legitimación para que defendiera el sistema.

Como queda claro, entonces, no todo proceso de migración crea gentrificación. Ni los gentrificadores tienen, necesariamente, que ser extranjeros. Ni siquiera, debemos decirlo, implica necesariamente que quien se cambie tenga de inicio mejores condiciones de vida que los habitantes previos. Tiene que ver con cómo las personas que llegan, sean quienes sean, tienen la capacidad de utilizar ese proceso de mudanza en contra de la población local. Que activamente o de forma pasiva (de nueva cuenta: todo explotador sabe en alguna dimensión que lo es… justo como todo hombre sabe que se aprovecha de los procesos de socialización entre géneros, aunque llore en Facebook diciendo que es la víctima de esos procesos) realice actividades que articulen y profundicen la desigualdad en la comunidad a su favor.

De esta forma, entonces, los procesos de gentrificación en el mundo son, bajo las condiciones actuales, inevitables. Ni impidiendo que los extranjeros compren algo, ni haciendo muchas más casas para todo habitante (lo que es, también innecesario), podemos eliminar la desigualdad económica. De esta idea, algunos listillos intentan decir entonces que ese proceso es inevitable, y que lo que debemos hacer es o bien regularlo o bien aceptarlo y tomar lo mejor de él. Pero como puede leerse en mis palabras, eso sólo es porque tomaron la descripción a medias: es un proceso inevitable, bajo las condiciones actuales. Lo que debemos hacer es entonces, cambiar esas condiciones, disminuyendo la desigualdad -que no es, como algunos piensan, algo natural: no “somos desiguales por naturaleza”. Somos diferentes. La desigualdad es solo una forma social de comprender esa diferencia y crear condiciones de ventaja en ella- y eso no es posible, sino es con un cambio radical de las formas de producir y consumir socialmente.

Pero mientras tanto, mientras eso puede realmente cumplirse, se debe hacer algo. Y en ese hacer algo, estamos todos los pueblos del mundo. No es de “mexicanos contra gringos” ni de “locales contra extranjeros” como si fuera un partido de futbol, sino una lucha de clase. Sólo así puede construirse comunitariamente una opción distinta. No con el racismo fascista de “México para los mexicanos” ni con la simpleza del “Morena tiene la culpa”. No con el “yo me voy a mi comunidad y que todos se queden en la suya”. Sino con una amplia construcción de una opción distinta.

Que eso signifique entonces que tenemos que soportar cualquier cosa de extranjeros o nacionales, es de nueva cuenta, no leer lo que estoy diciendo. Una transformación radical, de largo alcance. Y mientras tanto, un cambio en las condiciones de desigualdad de nuestras comunidades y resistencias de clase en contra de los explotadores. Las soluciones indignadas, no son sino el huevo de la serpiente de la derecha intentando crear sus condiciones en México.

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