Columnas

La tiranía del dato protegido

I

La democracia no es ni será un sistema perfecto. Sus defensores a menudo deben hacer malabares jurídicos, ideológicos y aritméticos para sostenerla como el mejor de los sistemas posibles. Son pocos los argumentos que resisten cuando se la cuestiona en lo fundamental. El más sólido, aunque no infalible, es que la democracia es el único antídoto viable contra la tiranía.

Simplificando al extremo, el modelo de los tres poderes —ninguno por encima del otro— permite pensar que un acto de arbitrariedad desde el poder, si no es imposible, al menos es difícil. No es lo mismo que un gobernante controle de forma directa a cada policía, juez y ministerio público, a que ese mismo deseo de persecución tenga que atravesar un aparato burocrático que no siempre le responde.

Pero incluso esa garantía mínima -no estar sometido al tirano- se erosiona. La ciudadanía, que cede poder e ingresos a cambio de vivir bajo un sistema de leyes, ha sido traicionada tantas veces y de tantas maneras, que ahora enfrenta un nuevo agravio: que el abuso del poder se cometa precisamente con las herramientas jurídicas creadas para reparar desigualdades de género, etnia o clase.

II

Sostengo que la ciudadana Karla Estrella no ejerció violencia política de género contra la diputada [Dato Protegido]. Lo que hubo fue una crítica política: cuestionó si la diputada había ganado su escaño por méritos propios o por ser esposa del presidente de la Cámara de Diputados. Una insinuación incómoda, sí, pero no violenta.

Ambas afirmaciones son parcialmente ciertas. La diputada ha ocupado cargos relevantes: fue regidora, diputada local y funcionaria federal. Pero también es innegable que la influencia de su esposo pudo facilitarle la nominación. Ni era una improvisada ni una competidora en igualdad de condiciones.

Y es en ese filo, entre mérito y palanca, donde aparece el gesto tiránico. En lugar de responder con argumentos, la diputada acude al aparato institucional para silenciar. Pretende enterrar la parte de su biografía que no le conviene. Sustituye el diálogo con una ciudadana por la imposición de disculpas públicas, abusando cínicamente de mecanismos pensados para proteger a personas en verdadera situación de vulnerabilidad.

III

Étienne de La Boétie, en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, se preguntaba por qué los pueblos, siendo más, se someten al tirano. ¿Cuánta gente se necesita para detener el abuso? ¿Cuántas injusticias deben acumularse para que el poder ilegítimo pierda legitimidad?

A la diputada [Dato Protegido] la eligieron cerca de 95 mil personas. Bastó una de ellas para incomodarla. Bastó que esa ciudadana hablara, para que la maquinaria institucional se activara no en defensa del pueblo, sino del privilegio. ¿Quién, entonces, ostenta el verdadero poder?

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