Columnas

La difícil elección de los jueces del bienestar

A lo largo de los anteriores meses, hemos observado el largo proceso de transformación a la que el poder judicial ha sido, más por la fuerza que por voluntad, sometido. Algunas personas asumen, equivocadamente desde mi perspectiva, que esta característica hace que dicha transformación sea antidemocrática, como si el carácter “democrático” implicara que los cambios institucionales o estructurales deben ser aceptados por quienes se encuentran previamente en posiciones de poder dentro de esas instituciones o estructuras. Eso es tan ridículo, por ejemplo, como decir que la prohibición legal de la esclavitud fue antidemocrática, porque la mayoría de los esclavistas estaban en desacuerdo, o que la instauración de la república fue algo autoritario, porque después de todo, los reyes y nobles no querían que se hiciera eso y entonces, se les impuso…

Claro que sabemos perfectamente que hablar con honestidad intelectual no es algo propio de la derecha en el mundo. Y que la visión elitista, cerrada y totalmente aristocrática permea, aún ahora, el sentido común del mundo jurídico, especialmente dentro del poder judicial. Amigas y amigos, conocidos, familiares, que se han dejado imbuir por esa lógica y que, de alguna manera, creen realmente que se trata de un espacio excepcional, se molestan con la idea misma de que podamos llevar a cabo una elección para escoger a los miembros del Poder Judicial. Y por ello, de manera bastante explícita, boicotean en la medida de sus posibilidades dicho proceso electoral.

Ya en el pasado he hablado, aquí mismo, sobre cómo esa postura me parece una combinación entre infantil -porque, admitámoslo, es un berrinche- e inútil -porque el sistema tiene una forma de “el ganador se lleva todo” donde basta un voto para que la elección sea válida-. Si quienes llaman ahora a la abstención pensaran que pueden ganar electoralmente, serían los primeros en votar y en llamar al voto diciendo que quien no lo hace no es más que un “agachón” o un “tibio”. Y si pensaran que realmente no votar es un proceso válido y práctico, entonces siempre pedirían hacerlo. Pero no lo hacen: cada vez que creen tener la menor oportunidad -ya sea por los delirios construidos mediante pagos millonarios a casas encuestadoras, como en la pasada elección presidencial con la “marea rosa”; ya sea por una superioridad real en las preferencias o bien en una ventaja directa por recibir votos, como ha pasado en diversos lados- esos mismos actores insisten en que todas y todos tenemos una suerte de obligación de salir a dar nuestro sufragio. Cada argumento que pueda una persona dar en contra, es respondido de manera tajante, directa… sólo para que les escuchemos hoy repetir esos mismos argumentos dentro de una estrategia cobarde.

Dicho esto, resulta claro que el proceso electoral en curso es todo, menos práctico o eficiente. Pensemos por un momento, en el número de autoridades que tendremos que elegir; hablemos un poco sobre como las funciones técnicas requieren ciertos perfiles -que no tienen mucho que ver con la intención de decir que tienen que ser “buenos abogados” como se burlan en muchos lados por los dichos que buscan a personas justas- o bien, sobre el poco conocimiento que tenemos como ciudadanía sobre la facultad jurisdiccional y su trabajo. Esos problemas, gigantes, se ven incluso magnificados por los problemas operativos, prácticos que esta elección tiene. No es que estemos eligiendo a un funcionario o incluso, un grupo de funcionarios en listas, sino que tenemos que elegir a ministros, magistrados y jueces federales, locales y a funcionarios disciplinarios al mismo tiempo. Sin entender muy bien las diferencias entre cada uno y sobre todo, sin tener la posibilidad de leer propuestas reales y concretas para tomar una decisión informada.

Esto, que ha sido previsto desde el comienzo por la mayoría de quienes observan esta elección, se acompaña además de otros problemas: disminución en el número de casillas, impedir el voto desde el extranjero, candidaturas cooptadas por ejercicios clientelares, compadrazgos o amiguismos; mecanismos de preselección poco transparentes y criterios ambiguos para crear las listas desde algunos poderes -no es el caso, cabe destacar, de la tómbola- son algunos de los que pueden ser mencionados de primera instancia, aunque para mí, sin duda, el más profundo de ellos es el impedimento de las y los candidatos de realizar una campaña adecuada tanto a una elección popular -pues las limitaciones a la exposición de su programa y a su persona son enormes- como especialmente, a una elección para una posición jurisdiccional. Esto es relativamente comprensible: nuestro país -en realidad ninguno- ha tenido una elección de este tipo en el pasado. Es un ejercicio inédito que pretende crear un nuevo camino y cambiar los paradigmas dominantes en este momento y por ello, se encuentra en el horizonte de lo impensable. Nadie nunca ha tenido que hacer en el pasado una campaña judicial y por ello, no sabe muy bien que ofrecer o como hacerlo. Candidaturas que parecen hechas para presidentes municipales, comerciales que más parecen despachos o asociaciones de litigio estratégico -que mientras más se presenten “de alto impacto”, parecen tener menos impacto real- o memes transfigurados campañas, no hay una base material concreta para las propuestas generales articuladas en esta elección.

Dicho todo esto, y ante la pregunta obvia que se hace, me parece que es algo totalmente necesario ir a votar en esta elección. Con sus problemas y sus fallas, con sus horizontes sombríos y sus potencialidades desperdiciadas. Primero, porque resulta necesario hacer nuestro un espacio que tenemos ahora y que los poderes fácticos e institucionales intentarán por todos los medios quitarnos: el poder de elegir a nuestros jueces. Segundo, porque ningún proceso democrático del pasado nació perfecto: las mismas dudas que ahora tenemos sobre esto, hace 150 años se dieron sobre una votación para Presidente; o hace 100 para una votación universal de hombres mayores de edad; o hace 70 para integrar a las mujeres a ese proceso. Incluso las montañas surgieron desde el suelo, y la democracia se construye con nosotros mismos. En tercer lugar, porque la combinación entre berrinche y rendición no me parece una actitud verdaderamente ciudadana y finalmente, en cuarto, porque al final del día, en ese pantano de problemas que existen, se ven, aun ahora, elementos valiosísimos que pueden significar una diferencia en nuestro podrido sistema de justicia. Ese, que con tanto hipócrita ahínco, defienden aquellos casposos profesores de derecho que en su vida nunca han tenido que enfrentarse al sistema realmente. Que abrazados por sus condiciones, pueden, aun ahora, aceptar que la elección sea un fracaso, porque al final del día, ellos no perderán nada más que un poco de tiempo.

Apostarle a la desgracia desde lo alto, me parece algo terrible, pero que se comprende. Lo que no me lo parece en absoluto, es intentar llegar a esas alturas, actuando de la misma forma que ellos. Es, considero, una traición a quienes han dado tanto para que lleguemos a esto. Si pudiera votar en esta elección, lo haría sin dudarlo. Y lo haré, en el futuro, lo sé, cuando los trámites se hayan regularizado. Porque para mí, es un derecho negado, y siento desde lo más profundo, una molestia gigantesca de ver que otros, que si lo tienen lo están desperdiciando.

Informarse, leer, votar. Ahí, entre las olas revueltas de la historia viva, se encuentran muchísimas perlas. Y a ellas, habría que apoyar desde todos lados.

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