La violencia estalló esta semana en la frontera entre Tailandia y Camboya, donde choques armados entre ambos ejércitos han provocado la huida de más de 80 mil personas y elevado la tensión regional a niveles inéditos desde el conflicto fronterizo de 2011. La creciente crisis ha dejado al menos 20 muertos —incluidos niños y civiles— y decenas de heridos, mientras la comunidad internacional pide contención y diálogo urgente.
El Consejo de Seguridad de la ONU celebrará una sesión de emergencia este viernes en Nueva York para abordar la situación, mientras Malasia —presidencia pro tempore de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN)— instó al cese de hostilidades y se ofreció como mediador.
El Ministerio de Salud tailandés informó que al menos 58.000 personas han sido evacuadas de cuatro provincias fronterizas, mientras que las autoridades camboyanas cifran en más de 23.000 los desplazados en su territorio. Decenas de aldeas han quedado desiertas, familias enteras buscan refugio en templos, gimnasios o campamentos improvisados, y los residentes construyen búnkeres con madera y lonas para sobrevivir a los bombardeos.
Desde el miércoles, las fuerzas armadas de ambos países intercambian fuego de artillería pesada, incluidos cohetes BM-21 de fabricación rusa. La violencia se desató luego de que una mina terrestre hiriera a cinco soldados tailandeses en la frontera, reviviendo una disputa territorial histórica por zonas como el templo de Ta Muen Thom, reclamado por ambas naciones.
Tailandia acusa a Camboya de cometer crímenes de guerra por el uso de “escudos humanos” y ataques contra hospitales. El primer ministro interino tailandés, Phumtham Wechayachai, afirmó que su país ha actuado con “máxima moderación”. En contraste, el ejército camboyano asegura que sus civiles han sido blanco de proyectiles tailandeses, como en una pagoda donde murió un hombre el jueves.

Llamados a la diplomacia desde ASEAN y la ONU
La gravedad del conflicto ha sacudido a ASEAN, cuya carta fundacional promueve la no agresión entre Estados miembros. El primer ministro malasio, Anwar Ibrahim, aseguró que ambos países han acordado en principio un alto el fuego y la retirada de tropas, aunque pidieron tiempo para implementar el pacto. Anwar también habló directamente con los líderes de Tailandia y Camboya y ofreció a Malasia como sede para un diálogo.
Desde Nueva York, el secretario general de la ONU, António Guterres, urgió a Bangkok y Nom Pen a resolver sus diferencias “por medios pacíficos”. La ONU reiteró que las disputas territoriales deben abordarse mediante mecanismos diplomáticos, no en el campo de batalla.
La frontera de 800 kilómetros entre Tailandia y Camboya ha sido fuente constante de tensiones por décadas, con escaramuzas esporádicas. Sin embargo, el actual estallido es el más letal desde 2011. Según analistas, la disputa va más allá de lo militar: responde también a factores de política interna, nacionalismo y presión popular en ambos países.
El detonante inmediato fue una confrontación en mayo en la que murió un soldado camboyano, lo que desató un cruce de acusaciones, el cierre de la frontera por parte de Bangkok y la expulsión del embajador camboyano.
A medida que la violencia se intensifica, el riesgo de una escalada regional crece. Por ahora, miles de civiles siguen atrapados entre dos fuegos, esperando que las armas callen y la diplomacia se imponga.

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