Tengo en mis manos el libro La voluntad invicta. De la guerrilla al compromiso democrático, de Jesús Zambrano Grijalva. Más allá de su título grandilocuente, que evoca épica y constancia, el texto es una memoria política que recorre medio siglo de historia mexicana a través de la biografía de su autor. Saludo, de entrada, su publicación. Es necesario que los actores políticos den cuenta de sus decisiones, aciertos y errores por escrito, con más de 280 caracteres, más allá de la espuma tuitera o la fugacidad del TikTok.
En este esfuerzo, Zambrano rescata una tradición de la izquierda: el ensayo político como herramienta para debatir el pasado, reinterpretar el presente y proyectar el porvenir. Se trata de un libro testimonial, pero también de una narrativa sobre el colapso de un proyecto político —el PRD— que marcó a una generación, y cuyo declive es el telón de fondo de las páginas que el autor entrega.
Dicen que al final la vida no es lo que vive, sino lo que recuerdas o quieres recordar de tu vida. No entraré en polémica o controversia respecto a lo planteado por Zambrano, a fin de cuentas son sus opiniones, su libro e interpretaciones de lo que vio y ha vivido.
El texto, lo divido en tres partes: la primera aborda la etapa guerrillera, desde su incorporación a la Liga Comunista 23 de Septiembre hasta su tránsito a la política abierta; la segunda parte cubre su papel en el Frente Democrático Nacional, la fundación del PRD y la lucha electoral hasta el 2012; la tercera narra la deriva del partido del sol azteca hasta su eclipse definitivo tras el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018.
Soy una de las personas que en varias ocasiones sugerí a Jesús Zambrano escribir sus vivencias guerrilleras, que bueno que al final lo hizo. El pasaje de la lucha armada, particularmente El Asalto al Cielo de Culiacán, lo conozco por tres fuentes directa: el propio Jesús Zambrano en varias platicas; Andrés Ayala, El Rayo, en largas y acalorada charlas, y Camilo Valenzuaela en algunas reuniones de perredistas.
La primera parte es, sin duda, la más rica en términos históricos y personales. Escribe Zambrano desde el recuerdo, desde la convicción y también desde la autocrítica. No romantiza la guerrilla, pero tampoco la desestima. La presenta como lo que fue: una vía elegida por una generación de jóvenes idealistas ante un régimen autoritario que cerraba toda posibilidad de transformación por la vía institucional. No habla desde la distancia ni con la comodidad de quien juzga, sino como uno que estuvo ahí, con errores y aciertos, con contradicciones, con amigos que cayeron, con camaradas que desaparecieron.
El tránsito de la lucha armada a la lucha político-electoral es uno de los pasajes más valiosos del libro. Esa inflexión histórica —la decisión de canalizar el descontento social a través de las urnas y no de las armas, tras el fraude electoral de 1988— marcó el nacimiento de una nueva izquierda en México. El Frente Democrático Nacional, con Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza, agrupó a comunistas, socialistas, exguerrilleros, líderes sindicales, campesinos, estudiantes y ciudadanos hartos del autoritarismo priísta.
Esa historia también es mía. Fui activista del CEU en la UNAM, integrante del FDN en 1988, fundador del PRD en 1989 y militante durante 28 años. Fui testigo, desde diversos cargos y encargos en el CEN del PRD, de muchos de los episodios que Zambrano relata. Lo escuché en múltiples reuniones, compartí con figuras clave del perredismo de esos años como Rosario Tapia, Jesús Ortega, Carlos Navarrete, Miguel Alonso Raya, Alejandro Encinas, Raymundo Cárdenas, Camilo Valenzuela, Rosario Robles, Javier González, Ramón Sosamontes, Amalia García, Gabriel Mario Santos, Eduardo Espinoza, Pablo Gómez, Graco Ramírez, Leonel Godoy, Rayna Barrón, Fernando Vázquez, Beatriz Mujica, Silvano Aureoles, Guadalupe Acosta Naranjo, Miguel Barbosa, Carlos Sotelo, René Bejarano, Dolores Padierna, Andrés Manuel López Obrador, por supuesto, con el propio Zambrano y muchos otros camaradas.
Por eso celebro este ejercicio de memoria. Pero también lo leo con ojo crítico. Porque si bien el libro aporta claves importantes para entender la transformación de la izquierda mexicana, también deja huecos, omisiones y evasivas.
Jesús Zambrano es cuidadoso al referirse a los errores del PRD. Acusa con dureza al obradorismo, con desdén al populismo, y se lamenta de la deriva del país bajo la Cuarta Transformación. Pero es mucho más tibio al abordar su responsabilidad —y la de Nueva Izquierda— en el naufragio del PRD.
Zambrano se detiene poco en los errores estratégicos que llevaron al PRD a la irrelevancia. Yo los recuerdo con claridad:
Primero. El Pacto por México, firmado tras las elecciones de 2012, fue un error histórico. No por la idea de construir acuerdos nacionales, sino porque el PRD se subordinó a la agenda de Enrique Peña Nieto. Su firma generó una pérdida de identidad programática, desmovilización de bases y descrédito ante sectores progresistas. Aunque el partido votó en contra de las reformas estructurales, fue visto como cómplice del gobierno. El costo político fue altísimo y, hasta hoy, no se ha asumido con la seriedad debida.
Segundo. Las alianzas electorales con el PAN fueron otro error estratégico. Se repitieron elección tras elección, bajo el falso argumento de frenar primero al PRI y después al lopezobradorismo. En realidad, cada alianza con la derecha debilitó la identidad ideológica del PRD, provocó divisiones internas y generó éxodos de militantes hacia Morena.
Tercero. La postulación de personajes oportunistas y cuestionables ajenos a la izquierda histórica. El caso de Ángel Aguirre en Guerrero —ex priísta vinculado con el viejo cacicazgo de Rubén Figueroa— fue particularmente emblemático. A él se suman casos como el de José Luis Abarca en Iguala, quien fue impuesto como candidato pese a las múltiples advertencias sobre sus vínculos con el crimen organizado.
Cuarto. La captura del partido por las corrientes internas. El reparto de candidaturas plurinominales entre grupos cerrados, la marginación de cuadros históricos y la imposición de líderes sin trayectoria militante —como Agustín Basave, cuya presidencia fue más simbólica que real— minaron la democracia interna y contribuyeron a la desafección de las bases.
Quinto. La alianza con Ricardo Anaya en 2018 fue la puntilla. Pensar que los militantes del PRD votarían, votariamos, por un candidato del PAN fue una ingenuidad estratégica, cuando no una traición ideológica. Muchos militantes, entre ellos yo, nos opusimos a esa coalición. Propusimos una candidatura propia o, al menos, tender puentes con Morena. No fuimos escuchados. Se impuso la lógica de las corrientes y se consumó la ruptura.
Renuncié al PRD en 2017, después de casi tres décadas de militancia. Lo hice con tristeza, pero también con convicción. El partido había dejado de ser una opción para la izquierda mexicana. La creación de Morena —con todos sus errores, excesos y contradicciones— fue consecuencia directa del fracaso del PRD. No fue López Obrador quien dividió al PRD; fueron sus dirigencias las que lo empujaron a salir.
Movimiento Ciudadano entendió la lección. Tras el 2018 optó por ir solo y hoy es la tercera fuerza nacional. El PRD, en cambio, desapareció en 2024. Perdió su registro, su base social y su lugar en la historia.
La derrota del PRD no es culpa del lopezobradorismo, del PRI o del PAN. Es producto de sus errores. De la falta de autocrítica. De la traición a sus principios fundacionales. En ese sentido, el libro de Jesús Zambrano es un testimonio valioso, pero insuficiente. Necesita más verdad, más reflexión, más responsabilidad.
A pesar de ello, insisto, su publicación es un acto relevante. Porque permite poner en la mesa el debate sobre la izquierda mexicana: su pasado, su presente y su futuro. Y porque la izquierda no puede explicarse sin sus rupturas, sin sus contradicciones, sin sus dolores.
En lo personal, celebro los capítulos dedicados a la guerrilla y a la transición democrática. Son los más honestos, los más humanos. Cuando Zambrano habla del “asalto al cielo” en Culiacán, se percibe al joven idealista que arriesgó su vida por un país distinto. Lo conozco. Escuché ese relato también en boca de Andrés Ayala, El Rayo, y de Camilo Valenzuela. No eran héroes ni mártires, eran militantes convencidos.
Dice el propio Zambrano que la lucha armada fue un error. Yo no juzgo. Pero sí reconozco que esa generación nos abrió caminos. Que sin ellos, sin sus decisiones y renuncias, muchos de nosotros no habríamos llegado a la lucha electoral, a la organización social, a la esperanza política.
Pero si esa generación nos enseñó a luchar, también tiene que enseñarnos a reconocer el error. A no encubrir con relatos épicos las decisiones equivocadas. A decir, con franqueza: nos equivocamos.
El PRD fue el partido más importante de la izquierda en el siglo XX. La historia de la transición democrática no puede escribirse sin él. Pero también es el ejemplo más claro de cómo una organización puede destruirse desde adentro. La Voluntad Invicta es una memoria necesaria, pero aún falta el libro que haga la autopsia.
Y quizá, con suerte, alguien lo escriba. Sin odios, pero sin indulgencias. Sin heroísmos, pero sin cobardías. Por ahora, a Jesús Zambrano hay que agradecerle que al menos haya abierto la conversación. Eso, en tiempos de propaganda y olvido, ya es mucho. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.
@onelortiz
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