06 DE AGOSTO DE 2025. El último verano del primer cuarto del Siglo XXI será recordado no solo por sus temperaturas extremas, sino por haber transformado la percepción del calor, de un asunto meramente meteorológico a una crisis de salud global.
Según un informe de la ONU, julio de 2025 se situó como el tercer julio más cálido de la historia, solo superado por los de 2023 y 2024. Este periodo de calor intenso ha puesto en evidencia la vulnerabilidad de las poblaciones y la necesidad de una respuesta coordinada.
Desde Europa hasta Asia, los récords de temperatura cayeron uno tras otro. Turquía registró un nuevo máximo nacional de 47 centígrados, mientras que Japón estableció su propio récord con 41.8. En regiones de Irán y el este de Irak, los termómetros superaron los 50 grados, causando interrupciones en el suministro de electricidad, agua y afectando servicios esenciales.
Choques de calor: de término meteorológico a escenario de salud pública
El calor también provocó una temporada de incendios forestales devastadora en Canadá, cuyo humo cruzó el Atlántico para impactar la calidad del aire en Europa. Estas condiciones extremas son particularmente letales en áreas urbanas, donde el «efecto de calor de la isla urbana» magnifica el sobrecalentamiento, un fenómeno que se define como el sobrecalentamiento de las áreas densamente pobladas en comparación con sus alrededores rurales.
Las consecuencias de esta ola de calor van más allá de los récords. El informe revela que entre 2000 y 2019, aproximadamente 489 mil muertes anuales fueron atribuibles al calor, con Europa y Asia concentrando la mayoría de los casos. Esta cruda estadística ha impulsado a la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a redefinir el calor como una «emergencia de salud pública».
El nuevo enfoque prioriza la prevención, con el objetivo de que «cada muerte por calor extremo sea prevenible». Esto se traduce en la implementación de sistemas de alerta temprana y planes de acción sanitaria que, según estimaciones de la ONU, podrían salvar cerca de 100 mil vidas al año.
La respuesta global a la crisis climática se centra ahora en políticas económicas y sociales que impulsen la cooperación para reducir los impactos del calor. Este cambio de paradigma busca proteger a las comunidades más vulnerables, demostrando que la batalla contra el calor extremo es, en esencia, una batalla por la salud pública.
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