Por: Azul Segura
Una de mis definiciones preferidas sobre el concepto de “terror” es la de la escritora Mónica Ojeda, quien se refiere a este sentimiento como aquello que nos inquieta aunque no sea visible. Lo hace porque intuímos lo destructivo que puede llegar a ser, aunque no podamos verlo. La escritora ecuatoriana afirma que el terror, como el amor, es un sentimiento del cual es necesario escribir porque nuestra relación con él transforma nuestra forma de experimentar el mundo: “todas nos preocupamos por lo escondido, por lo que no se ve del todo bien, y que con la escritura se tantea y se intuye aún conservando su misterio”.
Cuando hablo con mis amigas sobre lo que nos genera miedo, aparecen temas recurrentes: la locura, las enfermedades y la depresión que heredamos de las mujeres de nuestra familia, las amenazas hacia nuestras identidades queer, el regreso del fascismo y la incertidumbre de la vejez y la dignidad con la que llegaremos, si lo hacemos, a ella. Pienso que estos temas están cada vez más expuestos en los espacios de escritura que frecuento: micrófonos abiertos de poesía, publicaciones digitales en redes sociales, antologías independientes de poetas contemporánexs y en los textos que me comparten mis amigues. Y noto cómo ha cambiado el tono de estos textos, aproximadamente, desde la pandemia hasta la actualidad.
Recuerdo que antes los escritos incluían, o terminaban, con alguna idea de esperanza por perder el miedo, por vencer el terror a unx mismx y al contexto social actual. Sin embargo, actualmente leo y escucho otra aproximación a los monstruos que nos atormentan: no se ha perdido la esperanza de resistir a sus intentos de carcomernos, pero esta lucha se mira con menos ingenuidad. Se ha vuelto apremiante profundizar en los detalles que componen los sucesos sociales o personales que nos causan miedo. Esto porque resulta más cercano nombrar el desgaste de resistir, que romantizar esta acción. En otras ocasiones, cuando se trata de oscuridades personales, parece que en lugar de querer aniquilarlas, nos hemos dado cuenta que es mejor mirarlas de frente, en un intento por dignificarlas.
Se dice mucho que la escritura sana, lo he escuchado más cuando se trata de poesía. Pienso que es una idea que brinda consuelo y, hasta cierto punto, un motivo para seguir creando. En algún momento conecté con esta idea, pero actualmente me doy cuenta que, paradójicamente, no me tranquilizan aquellos textos -que yo también he escrito- esperanzadores, sino esos en los que otras identidades se horrorizan, reconocen y admiten lo enfermo de sus propios cuerpos, comportamientos, ideas y maneras de relacionarse. Esos en los que se muestra el cuerpo doliente, que más que una herida a sanar, es un portal de entendimiento.
Los poemas reunidos aquí realizan el ejercicio, que comparte Mónica Ojeda, de tantear el terror. Contemplan los miedos, mencionados anteriormente, aceptando que la escritura, y su encanto, no es resolver sino situar lo que aterra en un espacio liminal. En un umbral en el que está presente cierto nivel de comprensión de lo oscuro, al mismo tiempo que la aceptación de que la poesía muchas veces no arroja luz ni funciona como escudo para protegernos de lo que tememos.
Janneth Osorio Munive, estudiante de psicología. Me apasiona escribir poesía y cuentos con crítica social sin dejar de lado aspectos como la ternura y la comunidad.
Pegados en la piel
tengo cachos de violencia.
Cierro las ventanas
para que no me dé el aire
para que no me los mueva.
Me encierro en el cuarto,
apago la luz,
soplo la vela.
Que no me vea.
Que no me toquen.
Los voy a contagiar de esta violencia,
porque parece plaga,
estoy plagada.
Por eso me encierro,
para arrancarme estos cachos de piel,
pero manchan de sangre,
salpican,
escurren,
inundan.
Se inunda el cuarto de sangre.
¡Sanguijuelas de mi humanidad!
¿De dónde se me habrán pegado?
¿Quién me habrá contagiado?
¡Que no me vean!
¡Que no me toquen!
¡Encierrenme en el cuarto!
Desollaré esta violencia aunque me desangre.
Andrea Luna Flores (Puebla, 2002). Un ser que huye. Estudiante de literatura, tallerista y poeta por amor al arte. Publicada en la Revista Literaria Alborismos. Ganadora del Premio Filosofía y Letras 2025.
Mi abuelo
nació el 19 de diciembre de 1941
tiene ochenta y tantos años
y está viejo.
El odia estar viejo.
Veo como se queja,
como se enoja
de perder su cuerpo,
su movilidad,
su escucha,
sus dientes.
Siente que se pierde,
ya no sabe porque nos reímos en la sala
porque ya no puede escuchar las bromas.
Ya no puede probar
todas las cosas deliciosas que hace mi abuela
porque no tiene con qué masticar.
Ya no recuerda
sus canciones
que escribía
de su pueblo, de su rancho, del cerro, de sí.
Ya no puede,
él odia no poder.
El sol le lastima,
sus piernas no responden,
ha tenido una cirugía de corazón y se cansa
se cansa de estar viejo,
de envejecer
hacerse menos
(aunque nadie lo hace menos)
pero él no es él
y lo sabe.
El doctor le recetó descanso
pero ya descansará cuando muera,
dice.
Y veo como la idea de morir
lo conmueve,
no le huye,
la busca,
y se va despidiendo de cada uno de nosotros
por si acaso,
porque mañana no se sabe.
Lo dice como predicción,
lo desea,
sé que desea morir
aunque le teme
y sus ojos se enrojecen
porque no sabe llorar,
pero ya no quiere,
me duele saber que no quiere,
no quiere estar así,
si lo va a perder todo.
Ivanna Vázquez pero artísticamente firmo como Venus, soy artística plástica sáfica en formación, actualmente me enfoco más en pinturas y grabados surrealistas con toques feministas. Me gusta expresar mis sentimientos escribiendo, a través de fragmentos con tintes poéticos, aunque no he estudiado poesía ni me rijo de ello. 
bañera
de
                                 lágrimas
De mi interior brotan dulces flores que se marchitan cuando la tristeza se apodera
de mí;
ahora es difusor mediante pétalos repletos de melancolía que caen y recorren
mis venas colmadas de fragilidad que sólo están instruidas para
bombear sangre en un cuerpo vacío de vida.
Lo que alguna vez floreció ahora me tiene envuelta entre espinas y desdichas que
desahucian a mi entidad,
me asfixia este constante suceso,
pero aunque duele no me lamento, estoy sintiendo algo y eso parece
hacerme ser humano.
Considerar morir no es nada más
que aproximar la estancia en el olvido;
en el v a c í o,
tal vez en lo p e r d i d o,
en un espacio i n f i n i t o.
Mi llanto habrá secado,
mi corazón latirá cada vez más lento
y sea dónde sea, llegaré ahí;
mi alma se habrá desahuciado
y en el vacío me habré impregnado.
Habré amado para ser polvo
y eso parece ser vasto para esta alma que se ha resignado.
No te pido que cuides de mi a l m a,
te pido que al menos no olvides mi a u r a
mi corazón se disuelve,
ha perdido la calidez que aportaba tu aura inerte,
mis latidos son cada vez más lentos,
los indicios de una estancia en el olvido se aproximan con el paso de la noche
lóbrega,
le recito a los astros mi sentir,
aquellas estrellas compañeras de mis largas madrugadas,
presente de mis condolencias, la luna serena hacía brotar en mi alma
los minutos corren eternos y mi vista se nubla,
no sé si las nubes obstruyen el panorama de la clara luna
o mis ojos comienzan a perderse en la noche distorsionada.
Montserrat Yonca Gutiérrez (Puebla, 2001). Autodenominada poeta de clóset, de alma amarilla e introvertida, escribe con el objetivo de compartir mediante la poesía lo que para es trágico e imperfecto.
¿Qué es recordar a tus muertos?
Será el vacío de la presencia carnal,
la nostalgia que llena el alma,
serán los crisantemos que me niego a ver cada vez que un jardín se pasea por mis ojos,
será el insomnio que me inunda cuando mis muertos me quieren hablar,
serán los pasos de plomo que doy cada que llego al panteón,
el olor a cigarro mezclado con flores podridas, el olor a lavanda.
¿Qué es recordar a tus muertos?
si no asimilar que el alma queda fragmentada y rayada
de azul neblina, condenada a seguir y seguir
hasta que la amiga muerte les regrese,
me convierta en compañía, en recuerdo…
Hasta que el olvido pregunte
¿Qué es recordar a tus muertos?
Julieta Teresa, (Puebla, México, 1991), escritora, editora y docente. Licenciada en Linguística y Literatura por la BUAP, Maestra en Literatura Aplicada por la IBERO y Especialista en Género y Justicia por la Universidad Magno Americana. Es autora del poemario Cartografía de una medicación, co-creadora del colectivo Mujeres leyendo mujeres y editora en el sello editorial de poesía en la editorial Revontuli.
(12 años)
¿Qué es el miedo?
¿Por qué se escribe con rojo?
¿Tiene una hora para salir de su cuarto?
¿Siempre se siente entre las piernas
en los vellos de los brazos?
¿Qué lo multiplica en pequeños cráteres
a lo largo de mi cuerpo?
¿Tú también lo sientes arriba de las costillas
como saliendo del pecho?
¿Por qué aparece cada vez más seguido? ¿Por qué se sabe el camino a mi casa?












