Existen en nuestra vida diaria, muchas cosas que no están bien. Basta mirar alrededor nuestro para darnos cuenta de ello. El costo de la vida aumenta de forma constante, los trabajos son cada día más precarios, los satisfactores primarios, desde la comida y el agua, hasta la habitación y el solaz (porque si, la diversión es también un satisfactor primario) se vuelven lentamente incompatibles con nuestro ritmo y posibilidades de vida. El mundo va cambiando hacia una forma más desigual, donde ciertos grupos acumulan cada día más poder, más tecnología, más capacidad económica y fuerza, mientras que al resto, lentamente se nos arrebatan de los pequeños espacios de esperanza que hasta ahora teníamos.
No es mi intención ser apocalíptico. Hablo simplemente de lo inmediato. No me he referido aún, a la forma en que el crimen organizado -no ya sólo el narcotráfico, nuestro demonio favorito del pasado- se va apoderando de la realidad en todos los espacios, ni de la enorme y abrumadora sensación que nos recorre al estar rodeados, a nivel internacional, de países que se asumen como enemigos incluso a cierto nivel raciales de nuestro pueblo.
Algunas personas entre mis conocidos, piensan equivocadamente que la lejanía geográfica me aleja de estos problemas. Como si alguien pudiera, de forma voluntaria, dejarlos atrás con tan sólo voltear la cara para el otro lado. Tal vez, porque ellos piensan, de poder hacerlo, lo harían. Pero esa no ha sido nunca mi intención aun cuando fuera posible: y no lo es. Nadie puede escapar de esos problemas, ni aun cuando se fuera al otro lado del mundo.
Es necesario recordar que el sistema de producción de nuestra modernidad es un sistema global, donde muchos de los problemas son compartidos: la precariedad laboral, la reducción del horizonte de vida, el encarecimiento de bienes esenciales y la inflación, por ejemplo, nos hermanan a todos los pueblos, incluso, yo que tengo la posibilidad de verlo desde distintos lados, puedo decir que se encuentra en situación mucho peor en otros espacios. Que si, si importa, contra el argumento simplón de “no es en mi país no es mi problema”, resulta siempre necesario recordar que precisamente, porque se trata de un problema compartido, nos afecta a todos directamente.
De la misma forma, el que se trate de una cuestión global, significa que aquellos problemas que se presentan a sí mismos como únicos, en muchas ocasiones son en realidad problemas transnacionales que se materializan de forma distinta en lugares diferentes. La violencia del narco en nuestro país, por ejemplo, es una parte de una gran industria que cruza todo el mundo. La crisis de adicciones en el Norte global (Europa, Estados Unidos, Canadá, etc.), la trata de personas de los Balcanes, las guerrillas en Afganistán, los tiroteos masivos en nuestro vecino del norte, son todos igualmente engranajes de esa gran maquinaria de ganancia que llamamos con ese nombre. No es que estén interconectados: todos son partes del mismo problema. Claramente, cada uno tiene sus especificidades e impactan diferente la forma de vida de la gente, y por ello, es que en ocasiones no nos damos cuenta de esto.
Ya en el pasado, en este espacio, he criticado las posturas simplistas que algunas personas y gobiernos tienen sobre ese tema. Por un lado, la hipócrita postura de Estados Unidos, que mantiene su maquinaria de guerra a través de la venta indiscriminada de armas al crimen organizado en México y exige cuotas cada vez mayores de sustancias adictivas para la pacificación de su propia población, pero que al mismo tiempo -y para mantener ambas cuestiones, claramente- hace una “guerra” contra las drogas, establece como terroristas a los cárteles y viola el derecho tanto interno como internacional con ejecuciones extrajudiciales arbitrarias. Por otro, la forma en que la ampliación de ese discurso en ciertos sectores, tanto en México como en Estados Unidos, crea una visión simplista que exige un aumento de las penas, su endurecimiento y la destrucción del estado de derecho para controlar al crimen, es decir el punitivismo como estrategia de seguridad pública.
El que se trate de problemas trasnacionales y globales, no quita, sin embargo, la posibilidad de realizar acciones geográficamente ubicadas para combatirles. En el pasado, por ejemplo y para limitar la violencia que la entrada del tráfico de drogas generaba en la zona norte de Portugal y el cada vez más alarmante problema de adicciones que estaba generándose, este país despenalizó el consumo, estableciendo una visión médica y no punitiva al respecto. Claro que siguen existiendo personas que son adictas, y es verdad que la violencia no se eliminó nunca por completo. Pero tanto en números totales como en capacidad de crecimiento, esos problemas se detuvieron por una política pública exitosa que de haberse seguido en 2006 en nuestro país, nos habría permitido controlar un problema que ahora se vería simplemente desbordado por esa estrategia. No es ya, ni su momento, ni existen condiciones para hacerlo.
Lo mismo puede decirse, por ejemplo, de cómo México logró mediante una serie de políticas exitosas, frenar drásticamente los problemas económicos de las poblaciones más empobrecidas y precarizadas del país. En poco más de seis años, existe una disminución absoluta de la pobreza extrema hasta su casi desaparición en diversos estados; una disminución igualmente abismal de la pobreza en todo el territorio y una recuperación nunca antes vista del poder de compra de los hogares en el país. Esos logros, los dos, son indiscutibles y cada uno de esos países debería ver al otro para entender que se pueden hacer cosas efectivas en los que son sus mayores problemas.
Ante estas visiones la derecha construye un argumento cortoplacista, limitado, reaccionario y simplificador que no tiene asidero alguno ni con la realidad, y que exige respuestas inútiles contra lo que dicen combatir. Tanto en un país como en otro, lanzan consignas vacías sobre las “falsedades” de estas hazañas históricas, mostrando ejemplos como si fueran generalidades: “todavía hay gente pobre en México”, “todavía hay violencia en Portugal” dicen como un supuesto argumento en contra de esas políticas, tratándolas como si se trataran de fórmulas mágicas capaces de transformar la realidad global inmediatamente o bien simplemente mintiendo; dando números falsos, creando noticias con inteligencia artificial, usando videos viejos o de otros países…
Estas estrategias no están surgiendo en el vacío, sino que responden a una lógica de reconfiguración de las fuerzas conservadoras en el mundo. Conservadoras, claro está, no bajo la visión liberal que se presenta a sí misma como una fuerza contraria, “progresista”, sino conservadoras en el sentido real: aquellas que quieren conservar el status quo y donde se encuentran no sólo los conservadores clásicos, sino también una enorme parte de liberales que pretenden que no se problematicen los grandes temas, sino que piensan en dar paliativos para evitar el conflicto de clases subyacente. En estos instantes, existe un claro regreso del fascismo -aquí ya no caben las bizantinas discusiones sobre como “no es fascismo porque el fascismo nació en Italia y aquí no es Italia”, como si entonces la pizza que comemos no fuera pizza porque la hacemos en Cholula-, sus lógicas y principios: una hostilidad total al pensamiento crítico, el resurgimiento del anti intelectualismo, la persecución personalista de actores críticos, un combate frontal a las posturas comunistas, socialistas y en general, de izquierda, una reducción de conceptos como familia o matrimonio, un enaltecimiento del nacionalismo, el machismo y la agresividad como elementos naturales del ser humano…
Esas formas habían, hasta ahora, tenido poco éxito en México, como en el pasado, había sucedido en Portugal. Desde la llamada “revolución de los claveles” en 1974, ese país no había tenido ningún partido de extrema derecha exitoso. Con el tiempo, las posturas de los partidos de centro fueron haciéndose cada vez más hacia la derecha, pero la gran crisis de la década pasada por la burbuja inmobiliaria, generó las condiciones para un gobierno de centro e izquierda en coalición, que tuvo mediano éxito en mantener fuera del radar a las múltiples posturas que se identificaban de esa forma. El surgimiento de Chega! (¡Basta! en portugués) cambió eso. En unos cuantos años, este partido xenófobo, supuestamente ultranacionalista, pero totalmente entregado a los grandes capitales extranjeros, misógino y negacionista ha pasado de tener el primer diputado abiertamente de extrema derecha en la Asamblea de la República, a ser la segunda fuerza política del país.
Para hacerlo, resulta necesario decirlo, su presidente ha contado con fondos prácticamente inacabables. No importa lo que se plantee, ellos tienen siempre más recursos que el resto para combatir en el terreno. Carros, publicidad, apoyo de medios de comunicación, anuncios, comentadores, programas de radio, influencers creados y mantenidos por ellos… cosas que cuestan pero que nunca son explicadas. No de forma orgánica ni voluntaria, sino abiertamente contratada desde que era un partido minúsculo con treinta personas, pero con el espaldarazo de gobiernos extranjeros para conseguir que Portugal derivara nuevamente hacia el fascismo abierto.
Por ello, es que tenemos nuevamente que vernos en ese espejo. Hasta el momento, la llamada 4ª transformación ha logrado contener exitosamente los elementos fascistizantes de la sociedad mexicana. Que son muchos y profundos, como lo muestra el intento de blanqueamiento de la iglesia católica del movimiento cristero y las dos guerras religiosas que tuvimos en el siglo XX. En ese sentido, el problema central de nuestro país, la seguridad pública, permite fácilmente un empuje gigantesco a esa forma de hacer política. El punitivismo tiene siempre elementos de revancha que se vale de posturas sin sustento empírico o teórico y que por ello, se defiende violentamente de lo que llaman “el academicismo” de quienes estudiamos los fenómenos sociales y mostramos la inutilidad de sus supuestas soluciones.
De la misma forma, el impulso dado por algunos gobiernos extranjeros -con recursos claro está, pero también de ser necesario por otros medios, como lo ha dejado de manifiesto Donald Trump esta semana- hacia posturas neoconservadoras, ayuda al envalentonamiento de ciertos actores nefastos, como Simón Levy o Ricardo Salinas Pliego, ambos conocidos por sus posturas violentas, misóginas, clasistas y especialmente, por ser unos reconocidos mentirosos que se aprovechan a cada momento de cualquier resquicio para obtener beneficios personales. En este caso, aprovechándose del hartazgo normal de millones de personas en el mundo y en México en particular, para evitar cumplir con sus respectivas obligaciones jurídicas: por un lado, la de presentarse ante la justicia por haber golpeado a una mujer de la tercera edad con total alevosía; en el otro, pagar sus impuestos y obligaciones fiscales nacionales e internacionales.
Si no se detienen a tiempo, estos discursos se instalarán, como lo hicieron en Portugal, en el imaginario colectivo. Y ese es el caldo de cultivo perfecto, para el surgimiento de lo peor que nuestro país puede dar a nivel social y político. Es ahí, en esos procesos, que está el verdadero huevo de la serpiente. Negarse a verlo, o peor aún, enfrentarlo desde una postura complotista o conspirativa como lo está haciendo en estos momentos el gobierno, no hará sino incubarlo. Deben atenderse las causas reales del malestar social, enfrentar los cambios que son necesarios y desarticular esos discursos con resultados, a la par que con un avance planificado de estrategias de comunicación. No es imposible, pues lo hicimos ya en el pasado. Y tendremos que volver a hacerlo.
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