Columnas

La efímera clase política de morena en Puebla

La legislatura local comprendida de 2018 a 2021 estuvo conformada por al menos nueve cuadros políticos identificados con las “bases” de Morena o como militantes activos del movimiento. Encabezados por el coordinador Gabriel Biestro —quien fuera presidente del partido en Puebla— estuvieron en esa bancada Bárbara Morán, Vianey García, Leonor Vargas, Nora Escamilla (en ese momento militante del PES, pero en las filas de la coalición), Xel Arianna, Tonantzin Fernández, Estefanía Rodríguez y Fernando Jara.

En la siguiente legislatura, de 2021 a 2024, se redujeron las posiciones morenistas de base a cinco siendo los siguientes: Iván Herrera; nuevamente Nora Escamilla; repitiendo también Xel Arianna; reeligiéndose, de igual forma, Tonantzin Fernández; y asumiendo vía plurinominal Edgar Garmendia (también exdirigente del partido).

En la actual legislatura que inició en 2024 y terminará en 2027 podemos destacar solamente tres perfiles de base: la tercera reelección de Xel Arianna, el presidente de la Junta de Gobierno y Coordinación Política Pavel Gaspar y la diputada Gabriela Chumacero (quien asumió en una épica fortuita su cargo).

El banquete político es breve, inquieto, nada perdurable.

Seguramente muchos de los arriba citados hicieron una introspección en su momento, fijando en el horizonte una brillante carrera política que terminaría, en el mejor de los casos, hospedándolos en Casa Aguayo —o en el CIS—.

En las comidas familiares gozaron de un fuero simbólico: la abuelita en turno les serviría el plato de pozole más grande; repleto de maciza, cabeza y orgullo genealógico.

El sueño se va evaporando, la suerte se agota y el fuero llega a su fecha de caducidad.

¿Qué determina lo perdurable en política? ¿Cómo se define quién es imprescindible y quién desechable?

Tomemos el caso de Jorge Estefan Chidiac —para nada santo de mi devoción, pero analicemos—.

Jorge Estefan inició su carrera política en el año 1993 como encargado de despacho de la Contraloría del gobierno de Manuel Bartlett; pues tenía 29 años y el requerimiento legal para asumir esa función le exigía 30 años cumplidos.

Veintinueve años después, en 2022, estaría definiendo con precisión quirúrgica la votación que erigiría a Sergio Salomón como gobernador sustituto, tras el fallecimiento del gobernador Miguel Barbosa.

Lo haría como coordinador del PRI —y no de Morena, la mayoría parlamentaria—; con una bancada priista de solo siete diputados lograría impulsar una votación prácticamente unánime.

La gran mayoría de los políticos morenistas llegaron a sus curules o cargos públicos por el impulso inadvertido del tsunami obradorista. Se tuvo mucha suerte de militar en ese movimiento, en ese momento histórico, ante esas circunstancias. AMLO los llevó (en todo el país) de la noche a la mañana a la primera fila de la vida política.

No quiero osar de restar méritos. Claro que hubo valor en su militancia, en su brigadeo, en su perseverancia. Pero la gente, el pueblo, votó por AMLO. Por la 4T.

Después de 2018 muchos pudieron continuar su carrera del brazo de Miguel Barbosa —a quien hoy la “clase política” morenista aborrece— y, en un segundo momento, en 2024, por el gran consenso que gestó Estefan en favor de cerrar filas para Sergio Salomón.

Es decir, el morenismo político en Puebla ha creado su ruta a partir de las dádivas gubernamentales y del padrinazgo político. No siendo la capacidad política o de gestión administrativa lo que los haya consagrado como imprescindibles al sistema político. Menos aún con la capacidad de alterar o cambiar las dinámicas del poder tradicional.

En el pasado proceso electoral aún fueron necesarios los cuadros obradoristas para legitimar narrativas de campaña y configurar una noción de cuatroteísmo. No siempre será así. El discurso se consumirá y las candidaturas serán otorgadas para nuevos miembros del club.

Es el ciclo de la vida. El ciclo del poder.

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