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La nueva Corte: Pensamiento plebeyo y pensamiento súbdito

Esta semana se ha integrado, finalmente, la nueva Suprema Corte de Justicia de la Nación. Algunas personas, no sólo conocidos o lectores, sino incluso amigos cercanos, han cuestionado de distintas formas la legitimidad e incluso la legalidad de este cambio jurisdiccional. Obviamente, entre quienes me son cercanos, no es común escuchar los discursos totalmente disociados de la realidad, sobre que la votación fue un fraude, o que Morena engañó al pueblo -porque somos tontos- para que votáramos diciendo cosas diferentes a las que iban a hacer. Por el contrario, suelen desarrollar argumentos más elaborados sobre reglas técnicas o bien de construcción democrática de la división de poderes para criticar el nuevo sistema.

Considero que todos y cada uno de esos argumentos, han sido ya correcta y totalmente mostrados igualmente como falaces. La nueva Corte y el nuevo Poder Judicial responden a una exigencia ciudadana -que puede no gustarnos, pero que existe- de transformar radicalmente el sistema de justicia. Si este nuevo sistema funcionará mejor o peor, es un asunto totalmente diferente, que no tiene, en sentido lógico argumentativo, relación con el otro. Igualmente, creo yo, ha sido totalmente demostrado que la idea de una “falsa mayoría” ha sido incontrastablemente mostrado como un argumento de mal perdedor, incluso en entregar anteriores de esta columna.

Con la entrada de la nueva Corte, estos argumentos se vuelven un poco más abstractos que en el pasado. Su conformación actual es, ya ahora, inamovible con las salvedades que la misma ley establece, y no tiene mucho más sentido discutir sobre los elementos mencionados, fuera de la curiosidad teórica.

Por el contrario, la realidad material de la existencia de esta Corte, presenta ya nuevas discusiones y nuevos espacios de contradicción y lucha. Por un lado, resulta claro que las ministras y ministros de la nueva Corte tienen sobre sí, no sólo una legitimidad que ningún otro funcionario de ese poder había tenido, sino también y especialmente una equivalente responsabilidad. La gente votó por ellas y ellos, les escogió entre literalmente miles de aspirantes bajo reglas complejas y bien establecidas, con un mandato concreto: no hacer lo que hicieron antes los otros.

Quizá por ello uno de los primeros ataques que se han dado en su contra, intentaban mostrarles bajo una lógica de “ser iguales” a los anteriores -al final del día, recordemos que tres de las ministras son, efectivamente, gente que fue elegida desde dentro de los Ministros de la anterior corte- asegurando bajo “fuentes legislativas secretas” que habían ido a cenar a un supuestamente exclusivo restaurante francés de Polanco, para celebrar en un espacio privado.

Poco importaba que los precios de ese supuesto “exclusivo restaurante francés” fueran aproximadamente los mismos que en cualquier espacio de cena formal. Que apareciera y vendiera sus productos en aplicaciones de comida (¿de verdad alguien cree que un restaurante verdaderamente exclusivo va a mandar una comida a través de esas aplicaciones?) o que todos los que comentaran dijeran que en realidad no era un lugar ni exclusivo, ni caro, ni verdaderamente francés… ni bueno. Nada de eso importaba para la narrativa de quienes se opusieron a este cambio. Era el escenario perfecto para criticar y lo hicieron. Incluso sin pruebas de que fuera real.

El periódico que realizó esta “noticia” -que no fue tal, sino un intento de golpeteo- se escudó con una nota donde aseguraba que su “fuente legislativa” había matizado sus dichos, diciendo que él vio a varios, pero no a todos, y que como era algo privado no podía saber. Imaginen el nivel de rigor periodístico de la nota, de la acusación y más importante aún, del trabajo de ese medio, cuando no se hace una mínima contrastación fáctica de algo.

En un segundo término, se demuestra esta tentativa, totalmente de derecha, de relacionar al gobierno con la idea del pobrismo. Es decir, sin importar si fuera cierto o no, un Ministro podría fácilmente pagar una cena en ese restaurante (no muy lejano, en sus precios, de otros mucho más “populares” que me fueron mencionados por mis conocidos “de verdadera izquierda con el pueblo”). Y hacerlo no sería ni ilegal, ni ilegítimo, ni contradictorio.

Finalmente, cuando el desmentido salió en los medios, lo hizo con el ingrediente final que acompañará a esta Corte: la visión clasista y racista de las y los comentadores, “opinólogos” y opositores, que se puede reflejar, con claridad específica, pero ni remotamente única, en los dichos de López Dóriga sobre como le creía al Presidente de la Corte que no había ido al supuestamente exclusivo restaurante francés porque seguramente no lo conocía.

De la misma forma, en la ceremonia de instauración de la Corte, se realizaron algunos ritos, cuyo carácter simbólico es importante para mucha gente en el país. Yo, que fui formado dentro de una tradición profundamente agnóstica y atea, siento cuando veo estos elementos, mucha más cercanía que cuando veía, en los gobiernos anteriores, misas o elementos de religiones cristiano-católicas en quienes tomarían los cargos. Es algo imaginario, claro, en cierto sentido, como lo es todo rito. Pero también algo material, que en esta ocasión cambia. Si no lo fuera, entonces nadie, ni siquiera el más fanático de los opositores, se quejaría. Así como en el pasado sabía que la interiorización de ciertos principios de una religión, como la católica, que no era la mía, no significaba que los funcionarios fueran a apoyar una nueva guerra cristera, tampoco creo que haya gran divergencia técnica en este caso.

La nueva Corte ha permitido, con su composición, demostrar la naturalización intrínseca de las formas racistas en nuestro país. El momento es especialmente fácil para ello. En un mundo donde parece natural pensar en que ciertas culturas y formas de vida (lo que todo racista piensa como “raza”) son inferiores, resulta fácil hablar a lo López Dóriga. Incluso, peor aún, como lo hacen muchos otros que repiten esos discursos contra los diferentes. Ellos, piensan como súbditos, incluso contra sí mismos.

Veremos en el futuro, como funciona lo que, a sabiendas, hemos elegido. Pero aseguramos desde ahora: el presente, es mucho mejor de lo que nunca antes había sido. Ese es el pensamiento del plebeyo: sabemos que transformar el mundo no será fácil. Pero nosotros, aquí y ahora, nuevamente, lo intentamos.

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