Columnas

Morena VIP vs. Morena del Pueblo

En México, el siglo XXI tiene nombre y apellido político: Morena. El Movimiento de Regeneración Nacional, fundado por Andrés Manuel López Obrador, no sólo se convirtió en el vehículo electoral más exitoso de la últimas década, sino también en un referente de transformación política. Su victoria en 2018 marcó el inicio de un cambio de régimen sustentado en principios claros: austeridad republicana, combate a la corrupción y cercanía con la gente.

Sin embargo, como suele ocurrir con los grandes movimientos históricos, la tentación del poder comienza a deformar sus cimientos. Hoy, siete años después de aquel triunfo, Morena enfrenta un dilema interno que amenaza con erosionar su legitimidad: ¿es el partido del pueblo, austero y congruente, o es un nuevo club de élites que repite los vicios del pasado?

Durante tres décadas, López Obrador construyó su liderazgo con base en la congruencia. Se le acusó de muchas cosas: de populista, de testarudo, incluso de mesiánico. Pero nunca de corrupto, frívolo o distante del pueblo. Su estilo austero, su rechazo a privilegios y su insistencia en vivir como cualquier otro mexicano fueron parte del capital político que lo blindó frente a las campañas mediáticas de sus adversarios.

La austeridad no era para él una estrategia electoral, sino una forma de vida. Desde su viejo Tsuru blanco  hasta su llegada a Palacio Nacional, López Obrador consolidó una narrativa de cercanía que lo colocó, con justicia, como líder moral de millones de ciudadanos que veían en él una alternativa real frente al despilfarro y corrupción del viejo régimen.

Ese mismo espíritu se reflejó en buena parte de los fundadores de Morena: académicos, dirigentes sindicales, líderes comunitarios y una clase media universitaria comprometida con causas sociales. Fundadores como la propia Claudia Sheinbaum con una trayectoria en la lucha desde el ámbito científico, estudiantil o social.

Si uno revisa imágenes de los mítines de Morena entre 2015 y 2018, notará un sello de modestia. Escenarios sencillos, dirigentes mezclados con la base y un acceso sin filtros al liderazgo. Esa cercanía cimentó la percepción de un partido distinto a los demás.

No obstante, a partir de 2021, la estética y la dinámica cambiaron radicalmente. En cada mitin comenzaron a proliferar las vallas metálicas, los cercos de seguridad y los gafetes VIP. La distancia entre el dirigente y el simpatizante común se amplió a decenas de metros. Los eventos empezaron a parecerse más a espectáculos organizados por consultoras políticas que a encuentros entre un movimiento social y su base.

Ese cambio no sólo fue una modificación en la producción de eventos, junto a esta transformación visual apareció la incorporación masiva de personajes provenientes del PRI, del PAN e incluso del sector empresarial, que nada tenían que ver con los principios fundacionales de Morena. De pronto, el movimiento popular se vio invadido por operadores acostumbrados a la política de los privilegios.

Con esa apertura, necesaria en términos de competitividad electoral, nació lo que hoy  podríamos llamar: “Morena VIP”: una casta de nuevos dirigentes cuyo principal mérito es su poder económico, su capacidad de financiamiento, sus relaciones familiares y afectivas o el control corporativo de ciertos sectores sociales.

Estos recién llegados han sido, en su mayoría, los protagonistas de los escándalos de frivolidad, corrupción e insensibilidad social. La paradoja es evidente: no son simples militantes de base, sino que se ubican en posiciones de poder dentro de gobiernos estatales, congresos locales, candidaturas estratégicas y órganos directivos del partido.

El caso de Puebla es ilustrativo: allí, el gobierno estatal se encuentra integrado en más de un 80% por figuras provenientes del panismo, el marinismo o el empresariado local. Se trata de actores sin identidad morenista que han replicado la misma frivolidad y corrupción contra la cual Morena se fundó.

Lo que ocurre con Morena recuerda mucho a lo que en Europa se llamó “comunismo caviar”: intelectuales o políticos que, pese a declararse de izquierda, llevaban un estilo de vida propio de las élites que decían combatir. En México, esa crítica encuentra eco con la noción de “izquierda de cubículo”, más pendiente de teorizar en aulas universitarias que de pisar las calles o convivir con el pueblo.

“Morena VIP” combina ambas características: un sector de dirigentes que, mientras predican austeridad, se desplazan en camionetas blindadas, mantienen cercos de seguridad, viven, visten y comen a todo lujo y están desconectados de la militancia que dio origen al movimiento.

La austeridad republicana fue más que un lema: fue el pilar ético de la Cuarta Transformación. En el momento en que un sector dirigente lo contradice con prácticas ostentosas, Morena no sólo erosiona su legitimidad, sino que abre un flanco para que sus opositores la acusen de incoherencia.

La cercanía con el pueblo tampoco puede simularse. La base morenista reconoce la diferencia entre un líder que escucha en la plaza pública y un dirigente que se esconde tras vallas y gafetes exclusivos. Esa contradicción, si no se corrige, amenaza con fracturar el vínculo más poderoso de Morena: la confianza popular.

El mayor peligro es que la “Morena VIP” se normalice, que las bases acepten como inevitable que los dirigentes vivan con privilegios mientras se predica la austeridad. Esa normalización convertiría a Morena en una copia del PRI de los setenta o del PAN de los dos mil: partidos que nacieron con una misión ética y terminaron devorados por la burocracia del poder.

Morena corre el riesgo de convertirse en aquello que juró destruir: una maquinaria electoral sostenida por élites ajenas al pueblo. Y el problema no es sólo moral: la distancia con la base puede derivar en abstencionismo, desilusión y, eventualmente, en derrotas electorales.

La dirigencia nacional de Morena ha anunciado la creación de una comisión para supervisar la incorporación de nuevos militantes. Es un paso, pero insuficiente si no se acompaña de mecanismos que limiten la influencia y prácticas de los recién llegados en candidaturas y gobiernos.

Se necesita algo más profundo: un proceso de autocrítica interna que devuelva a Morena la mística de cercanía y congruencia que lo llevó al poder. Y eso implica decisiones difíciles: cerrar la puerta a quienes sólo buscan cargos y recursos, recuperar la práctica de la consulta a las bases y garantizar que los liderazgos emanen de la militancia y no del financiamiento.

Morena cuenta con una base militante comprometida con los principios de la Cuarta Transformación. En barrios, comunidades rurales, sindicatos y universidades aún persiste el espíritu del Morena del pueblo, aquel que se movilizaba sin recursos, pero con convicción, dónde hay mística y esperanza y no sólo intereses.

La clave está en empoderar a esa militancia frente a la casta VIP. No será sencillo, porque el poder es adictivo y quienes lo detentan no renuncian fácilmente. Pero si Morena quiere conservar su legitimidad como movimiento histórico, deberá recordar que el pueblo no perdona la incongruencia

El caso de Morena no es nuevo en la historia. Los movimientos que alcanzan el poder suelen enfrentar la tentación de convertirse en lo que combatieron. La diferencia está en la capacidad de autocorrección. Morena aún puede elegir: ser el partido del pueblo o la nueva élite VIP.

En un país marcado por décadas de corrupción y privilegios, la congruencia es el capital político más valioso. Perderla sería perderlo todo. Morena debe mirarse en el espejo de su propia historia reciente: ganó porque fue distinto. Si deja de serlo, el pueblo, que es sabio, sabrá recordárselo en las urnas. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.

@onelortiz

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