El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ha generado una nueva controversia al anunciar públicamente que no asistirá a la 80ª Asamblea General de la ONU, argumentando que considera el evento como un espacio sin valor práctico y una pérdida de tiempo. Esta decisión ha sido interpretada como un nuevo gesto de desprecio hacia la diplomacia internacional y los foros multilaterales que abordan los principales desafíos globales.
Bukele, cuya figura ha ganado notoriedad internacional tanto por su discurso confrontativo como por su estilo de gobierno autoritario, volvió a recurrir a las redes sociales para expresar su desdén hacia la ONU. En su publicación, el mandatario salvadoreño se burló del evento y sugirió a sus seguidores ver su intervención del año anterior, donde ya había manifestado críticas severas al orden mundial. Su mensaje fue compartido en inglés, pese a representar a una nación de mayoría hispanohablante, lo que no pasó desapercibido.
«Esta vez me salté la Asamblea General de las Naciones Unidas, me pareció inútil este año, pero siempre puedes ver el discurso del año pasado si quieres perder el tiempo como lo hice yo«
Este acto no se limita a una decisión personal, sino que evidencia una postura sostenida de rechazo al multilateralismo y al escrutinio internacional, especialmente cuando se trata de cuestionamientos a su régimen de excepción, vigente desde 2022. Bajo esta política, más de 89 mil personas han sido detenidas, según datos oficiales, aunque unas 8 mil fueron liberadas posteriormente al comprobarse su inocencia. Pese a los datos, diversas organizaciones defensoras de los derechos humanos denuncian graves abusos, detenciones arbitrarias y condiciones inhumanas en las cárceles salvadoreñas.
Mientras tanto, Bukele parece concentrar su legitimidad exclusivamente en su popularidad interna, ignorando las implicaciones de marginar a su país de espacios donde se toman decisiones clave a nivel mundial, como el cambio climático, la migración o la cooperación internacional. Para un país con altos niveles de pobreza, migración y dependencia económica, la ausencia en este tipo de foros podría representar un aislamiento costoso en términos políticos y sociales.
Organismos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han advertido sobre la creciente tendencia del gobierno salvadoreño a limitar derechos y libertades en nombre de la seguridad, una narrativa que ha calado en sectores de la población, pero que no resuelve de fondo las causas estructurales de la violencia. Bukele, por su parte, insiste en promover una imagen de orden y control, mientras rehuye cualquier diálogo con instancias que podrían cuestionar su modelo de gobierno.
En lugar de participar en el foro global más importante de la diplomacia, Bukele ha preferido reafirmar su distancia con la comunidad internacional y continuar construyendo una imagen de liderazgo fuerte, aunque esto implique sacrificar espacios de diálogo y cooperación en los que tradicionalmente los países buscan consensos frente a los desafíos globales.
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