Todos hemos oído hablar de árboles legendarios. Algunos son los guardianes de los bosques, como los Ents de Tolkien. Otros son símbolos de la vida y el conocimiento, como el árbol bíblico o el Yggdrasil nórdico. Pero ninguno es como Laureano, cuya historia dio a conocer a nivel e internacional un reportaje de Nmás. Un majestuoso Ficus benjamina de más de 100 años y 25 metros de altura, cuya frondosa copa y agrietada corteza narran la historia de un guardián silencioso, un centinela de la vida en la calle de Miguel Laurent, en la bulliciosa colonia Del Valle de la Ciudad de México.
Laureano vivía tranquilo, ofreciendo sombra y aire fresco, hasta que un día se vio acorralado. El «cártel inmobiliario», como lo llamaron quienes se oponían, llegó con sus excavadoras, con sus planes de construir departamentos de lujo de siete millones de pesos, y con sus permisos, que nunca mostraron.
Sí, querían derribarlo, pero no contaban con la comunidad que Laureano había cultivado a su alrededor. Personas como Perla Moreno, una tatuadora que recordaba la sombra del árbol desde hacía 20 años, o como Paco Ortiz, quien lo bautizó y alertó a los vecinos a través de un chat de WhatsApp, iniciando con esta comunicación una resistencia coordinada. Se convirtieron en activistas y en defensores de Laureano, pero también de otros árboles en peligro, como el colorín vecino, a quien nombraron Colorina.
Una lucha que trasciende lo local
La confrontación simbólica, con carteles que preguntaban «¿Acaso quieren matar a Laureano?«, movilizó a ochenta personas. La causa, que parecía local, tomó una dimensión nacional al llegar a oídos de la senadora Laura Ballesteros. Inspirada en la lucha de la comunidad, así como en la tala de otros árboles como Eugenito, la legisladora presentó ante el pleno del Congreso Popular una propuesta que busca reconocer al arbolado urbano como «infraestructura verde esencial» y no como simple ornamento.
Ballesteros, con su voz de esperanza, enfatizó la importancia de proteger a los árboles como nuestros grandes aliados contra el cambio climático, la contaminación y el calor extremo. Su propuesta busca un reconocimiento jurídico para estos «grandes defensores de la resiliencia climática«, garantizando su protección, conservación y ampliación. Su mensaje resonó profundamente: los árboles urbanos, al igual que los derechos ambientales de las personas, deben ser defendidos.
La historia de Laureano no es solo la de un árbol que se salvó, convirtiéndose en patrimonio ambiental y cultural de la CDMX, sino la de una lucha que sembró la semilla de la esperanza en un marco legal federal.
¿La Moraleja? La resistencia de unos pocos, cuando se une a la voz de la comunidad, puede proteger incluso a los más indefensos.
Porque el verdadero progreso de una ciudad no se mide por sus construcciones, sino por la sombra que sus árboles ofrecen a las futuras generaciones.
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