La pasividad del alcalde de Cuyoaco, Iván Camacho Romero, frente a un acto de abuso de poder cometido por su escolta, ha expuesto nuevamente los vicios de la vieja política priista: el autoritarismo encubierto con discursos vacíos, la falta de rendición de cuentas y la arrogancia frente a los ciudadanos.
Los hechos ocurrieron en una tienda del centro comercial Angelópolis, donde Camacho, acompañado de su pareja, fue testigo directo de cómo su escolta agredió e intimidó a un trabajador, luego de que se negara una devolución. El elemento de seguridad —identificado como parte del equipo del edil— lanzó amenazas verbales y amedrentó al personal sin que el presidente municipal hiciera algo para detenerlo.
A pesar de la claridad de los videos y testimonios, el edil emitió un comunicado en el que se deslindó del comportamiento del guardaespaldas, intentando reducir el incidente a un “exceso individual”. Dicha postura ha sido duramente criticada por su falta de autocrítica y por el cinismo de mantenerse en silencio durante los hechos y luego proclamarse defensor de la honestidad.
El caso no solo exhibe la incongruencia de Iván Camacho, sino también la persistencia de una cultura política priista donde el poder se ejerce desde la impunidad, el abuso y la protección entre funcionarios. Camacho, quien llegó al cargo bajo las siglas del PRI, ha querido proyectar una imagen de cercanía con la ciudadanía, pero su actuación —o más bien su omisión— ha desmentido por completo ese relato.
Organizaciones civiles y ciudadanos han coincidido en que la verdadera violencia no fue solo la de su escolta, sino la de un alcalde que avala con su silencio los abusos del poder, y que luego busca lavarse las manos sin ofrecer una disculpa, sin asumir responsabilidades y sin presentar acciones concretas.
La respuesta institucional del PRI ha sido el silencio, como en muchos otros casos donde sus alcaldes se ven involucrados en escándalos. Esta falta de reacción no solo protege a quienes violentan a ciudadanos, sino que perpetúa una estructura partidista que normaliza la prepotencia y la desconexión con la sociedad.

Este episodio representa un golpe severo a la credibilidad del edil y a un partido que insiste en hablar de renovación, pero sigue reproduciendo prácticas caducas. En tiempos donde se exige ética pública y transparencia, el PRI vuelve a mostrarse como un refugio de políticos sin responsabilidad social.
Foto: Redes