El Partido Acción Nacional ha realizado en esta semana una estrategia de marketing para intentar salvar su registro, que peligra debido al escaso número de su militancia. Se trata, lo sabemos, del segundo partido más importante del país en estos momentos, tanto en votos como en posiciones y el único rival verdadero en la disputa por la narrativa con la llamada 4ª Transformación.
A pesar de ello, la gran mayoría de las personas que son simpatizantes o bien incluso simplemente votantes -sea de forma constante o bien, puntual, útil, instrumental incluso- no tienen ningún tipo de vínculo institucional con el Partido. Son gente que vota por ellos, que coincide en algunas cosas, que tal vez rechaza lo mismo, pero que no tiene intenciones de pertenecer al aparato partidista ni de participar en su vida interna. Son a lo mucho, gente que mañana votaría por otro partido, si tuviera ideas parecidas, o si el PAN desapareciera, pero nada más que ello.
Esta actitud apática hacia su conformación interna por parte de la ciudadanía no es, claramente, algo gratuito. Desde su fundación, Acción Nacional ha sido constituido como un partido jerarquizado, incluso en ocasiones podríamos decir cerrado en sus decisiones y posturas hasta llegar al elitismo. En algunos momentos, eso podría haberse explicado por una cuestión exclusiva de supervivencia, pues enfrentaron durante décadas, a un partido hegemónico que no se caracterizaba especialmente por respetar los límites democráticos y que hizo de la cooptación, la amenaza, el uso de la violencia, incluso institucional y el espionaje, herramientas comunes para acabar con sus rivales. En estas circunstancias, reconocerse a sí mismo como militante de dicho partido -o de cualquier otra oposición- podía ser claramente peligroso.
A pesar de ello, sería inocente asumir que esa es la única explicación existente para esa postura. Desde su fundación en 1939, diversas corrientes filo-fascistas de política local y nacional se unieron a movimientos de democracia cristiana para conformar ese partido como un gran bloque opositor a lo que veían como el problema real de México: el abandono de las tradiciones y el espíritu mexicano, el rechazo de la religión y la instalación, sí, lo decían desde entonces, del bolchevismo, el comunismo o el marxismo en nuestro país.
Esos grupos proporcionaron números, células, puntos de apoyo, pero también y a cambio, elementos ideológicos que permearon en la constitución del partido y exigencias concretas sobre su conformación interna. De ahí surgió un sistema que impedía la construcción de elecciones democráticas de dirigentes y que establecía una segmentación que sería heredada cuando los grandes empresarios comenzaron igualmente a buscar en él un camino para la conquista de espacios de poder público y de negociación con el estado. Estos acuerdos generaban un sistema de selección mucho más parecido a los sistemas gremiales de cuotas que a un sistema de elecciones internas, y eso hacía, claramente, que la ciudadanía que no pertenecía a esos grupos no se sintiera atraída a participar en ello.
Claramente el discurso de protección de las “tradiciones” y la religión tuvo siempre un arraigo popular en ciertas zonas del país. Ahí, en esos espacios, se conformaron grupos que tenían en mente un partido conservador propiamente dicho, bien a través de un discurso de democracia cristiana, bien a través de un mal disfrazado filo fascismo. En otros lados, especialmente en los polos industriales, el partido era visto como una opción liberal en sentido estricto: libertad de mercado y beneficios para que éste siga funcionando. Estas dos posturas funcionaban bajo la idea, bastante artificial pero común en el mundo, de que en alguna medida ambos discursos podían articularse unitariamente e incluso complementarse bajo la fórmula de “liberal en lo económico y conservador en lo social”.
El problema de esta supuesta unión, es que quien es verdaderamente conservador se opone activamente a los principios de apertura del liberal clásico y que éste a su vez, ve en las fórmulas tradicionales del conservador atavismos en contra de la libertad que asume como presupuesto para su concepción del mundo/mercado. Ello ha provocado que a pesar del interés de los primeros y el pragmatismo de los segundos, diversas dirigencias tanto nacionales como locales se decanten a lo largo de su historia hacia una u otra postura, beneficiándola incluso en ocasiones de forma abierta.
Si bien se suele considerar a nivel nacional que el PAN “liberal” triunfó al conseguir no sólo la presidencia, sino una transformación de la vida pública del país incluso antes de ello, en muchos espacios locales, como pasó en nuestro estado con el Yunque, las corrientes conservadoras mantuvieron gran parte de su poder. Un poder que no necesariamente gana elecciones, pero que sirve para organizar la vida interna del partido, dirigir la agenda política y guiar las discusiones públicas.
El triunfo avasallador de la propuesta social de la 4ª Transformación cambió el escenario político nacional a un nivel tal, que podemos ver sus resultados incluso a través de modificaciones discursivas. Hasta quienes se oponen a las propuestas y políticas de Morena y sus aliados, se ven obligados a utilizar su lenguaje, sus formas, y deben en todos los casos, comprometerse a no modificar ciertos principios que se asumen ya como obligatorios para cualquier proyecto político que pretenda competir en una elección popular.
La opción pragmática del PAN liberal consistió en realizar una política de golpeteo mientras hacia gala de su pragmatismo político. Dejando de lado las reticencias de las alas conservadoras, estructuró una estrategia de alianzas con otras fuerzas políticas, con la intención de mantener, al menos numéricamente, control sobre zonas del país que le permitieran construir un resguardo para el futuro. Esto, como lo demostró la elección de 2024, no resultó en absoluto, pues permitió observar que para efectos prácticos, la parte liberal del PAN y del PRI no tenían grandes diferencias entre ellas y que eran las otras partes, ahora minoritarias, del conservadurismo y la ala nacional-revolucionaria las que habían marcado la pugna ideológica del siglo pasado. Quizá más importante es que ninguno de estos partidos presentó en realidad una alternativa.
Ante el avance de las posturas de extrema derecha y fascistas en el mundo -que no, no es un insulto vacío ni una descalificación absurda: muchas de las posturas políticas actuales de extrema derecho son fascistas o neofascistas- Acción Nacional ha abierto la posibilidad a regresar a sus orígenes e impulsar una propuesta de extrema derecha bajo el lema de “Patria, Familia y Libertad”, una adaptación del viejo lema del fascismo europeo clásico que con la idea de “Dios, Patria y Familia” se expandió desde la Italia de Mussolini en el periodo de entreguerras y causó la segunda guerra mundial.
Algunos analistas insisten, sin embargo, que ven en ese cambio nada más que un cambio estético, que no tiene efectos en la forma en que se aproximan a los problemas sociales. Honestamente, considero que quienes dicen eso, lo hacen porque apoyan aun, cuando sea parcialmente, ese cambio. Las palabras nunca son vacías ni separadas del hacer social. Las palabras se escogen y se construyen socialmente en su sentido bajo parámetros históricos de significado, y esas tienen un origen terrible. Naturalizar eso, aceptarlo como “un lema y nada más que eso” es precisamente abrir la puerta al resto de los cambios que permiten. No es ni siquiera algo extraño: quienes hace un par de años insistían en que Trump no era nada más que palabras huecas, ven ahora el aumento de la violencia estructural creada a partir de su discurso.
El cambio en el PAN busca repetir lo que ha sucedido no sólo en Estados Unidos, lo que está sucediendo en Europa, lo que pasó en Brasil, sino también y especialmente, lo que sucedió en las últimas elecciones en Argentina. En este país, tradicionalmente de izquierda desde el final de su última dictadura, el cambio social fue tan profundo como nunca se habría pensado hacía apenas 10 años. Considero que existe una diferencia fundamental que impide de momento ese cambio en nuestro país. En este momento, menos del 10% de las personas se asumen a sí mismas como conservadoras. Incluso menos que aquellos que apoyando posturas “liberales” se consideran como parte de la derecha. Y aunque muchas de ellas virarán lentamente hacia el discurso fascista, las incongruencias internas impiden un crecimiento sostenido de la aceptación de esa postura, como se vio en la discusión sobre una bandera de orgullo gay en el evento de refundación.
No obstante esto, que el cambio buscado por estas corrientes no vaya a tener éxito en lo inmediato, no significa bajo ningún punto de vista, que no sea peligroso. La normalización de discursos de odio, la denostación hacia formas de vida perfectamente congruentes con los valores democráticos, el anti intelectualismo, la increpación evangelizante en escenarios públicos (redes incluidas) basada en desinformación, ignorancia o violencia abierta, el ataque a la idea del bienestar social y la aceptación de que ciertos delitos son legítimos siempre y cuando sean realizados por los ricos -como el caso de Salinas Pliego o de Simón Levy- crean escenarios peligrosos para todas y todos no solo a futuro, sino desde este momento.
Acción Nacional tenía la oportunidad de construir una plataforma alternativa para luchar democráticamente en el escenario político. En cambio, decidió colocarse nuevamente del lado de quienes buscan lo peor posible para el país y sus ciudadanos. No me sorprende del todo, porque siempre, al lado de la democracia cristiana, al lado del liberalismo, estuvo esa tercera raíz de su partido.
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