Hace unos días comentaba en mis redes sociales que recordaba lo que había dicho en 2018, antes del comienzo del gobierno de López Obrador sobre el intento de la derecha de construir una narrativa de que “ser de izquierda” significaba necesariamente no disfrutar ningún tipo de lujo, e incluso, como tener cualquier cosa que pudiera ser identificado como “caro” -lo que va desde unos zapatos hasta un teléfono de gama alta- era “una hipocresía”.
Esta actitud es llamada -así se llamaba incluso la columna- “pobrismo”. Es una estrategia narrativa bastante poco efectiva, si me preguntan, pero muy, muy repetida entre quienes no tienen un buen argumento en contra de la izquierda. Lo vemos en quien critica que alguien de izquierda “use ropa de marca”, o que “use internet” o que, incluso, diga que es muy fácil criticar al capitalismo desde… el capitalismo.
Para esta gente, no se trata de que exista un error lógico en ser de izquierda y tener ciertas cosas. Es que simplemente no les gusta la idea de “izquierda” y saben, perfectamente, que no pueden vencer con sus argumentos a quien se encuentra enfrente. Es más, gran parte de ellos, se dicen a sí mismos “de izquierda” (ese es uno de los grandes triunfos de nuestro país: ser de izquierda es todavía lo equivalente a ser una persona medianamente decente en el discurso). Es un poco como los que dicen “que curioso que todos los que están a favor del aborto ya nacieron” o que dicen “critican este país como migrantes, pero miren, están aquí”. Es decir, argumentos que no son realmente argumentos sino intentos vacíos de descalificación que no sirven para nadie que pueda leer correctamente dos oraciones seguidas (“criticas el esclavismo pero eres esclavo… en fin la hipotenusa…).
El pobrismo, sin embargo, tiene consigo un enorme problema dentro de sí. Claro que no es el problema que la gente que nos asumimos de izquierda compremos teléfonos celulares, usemos zapatos o que vayamos de vacaciones a donde se nos antoje -y podamos-. Después de todo, si quieren alguien que no haga nada de eso, ni lo busque, entonces es entre franciscanos y eremitas que deben buscar, y no en militantes de izquierda. El problema central, es que el pobrismo reproduce un esquema de pensamiento donde moralmente está mal disfrutar del mundo pero que ese error moral es admisible si te vuelves un cínico completo. Es decir, si dices “si, me gusta que haya niños en Taiwán que sean esclavos para que yo pueda usar estos tenis” o “no me importa cuantos delfines tengan que morir para que yo pueda comer este atún en lata”. Acusar a alguien de hipócrita por algo que disfrutas, es solamente reconocer que esa persona tiene razón, pero que a ti no te importa. Es decir, ser cínico.
Recuerdo que en una plática con algunos amigos, hablábamos -en algún café de una ciudad europea, para que lo descalifiquen rápido- sobre algunas cosas “de lujo” que portábamos. El ganador indiscutible en ese día fue una pluma fuente que siempre cargaba, y que ahora descansa en mi escritorio para cosas urgentes. Para uno de mis amigos era “inconcebible” que alguien que se dijera de izquierda usara esa pluma. Porque esa pluma, su existencia misma, era de “derecha” y lo que debíamos hacer era -no estoy exagerando- comprar el equivalente en plumas económicas y repartirlas entre los niños que las necesitaban.
Esa idea puede sonar atractiva de una forma superficial para quien piensa en la justicia del mundo. Pero además de ser un total sinsentido, resulta en un simple desperdicio en términos generales – ¿en qué ayudaría en la gran escala del mundo que una persona hiciera eso? -, realmente no cambiaría en nada la fuente de la desigualdad que permite la imposibilidad de que todos tengan esa pluma. Porque el problema de fondo no es que alguien la tenga, sino que no todos podamos tenerla. Y ser de izquierda no se encuentra en la idea de que “nadie debería tener eso” sino en que tener eso no debería ser, en absoluto, nada especial. Yo no quiero un mundo donde nadie pueda tener esa pluma, sino donde nadie quiera tenerla por ser un lujo, sino porque le gusta y nada más.
De alguna manera, para algunas personas, esto que estoy diciendo se verá como una defensa de los privilegios siempre que estos sean de personas de izquierda. Y claro, como en otros casos, significa que esas personas se estarán peleando con fantasmas o con cosas que otros dicen, y no con lo que yo aquí presento. ¿Estoy diciendo acaso que lo ideal en el mundo es que todos podamos ir de vacaciones a Japón pagando “solo” 7500 pesos por noche? Por un lado, claro que si: en una sociedad imperfecta como la nuestra, lo ideal sería que todos tuviéramos vacaciones y que todos pudiéramos ir a donde quisiéramos. En la otra no: pagar tanto con un salario de servidor de partido me parece una cosa sin vergüenza. Me parece que es exactamente lo mismo que el pobrismo de la derecha: el “nuevo riquismo” de cierta izquierda.
Considero que el centro de esta diferencia se encuentra no en lo que se gasta -o no- una persona en sus vacaciones, sino en un elemento central: en cómo se ha conseguido ese disfrute. Como el líder sindical que consigue cambiar de carro a una camioneta, o Salinas Pliego disfrutando de vacaciones en aviones privados mientras debe millones en impuestos, esa actitud se centra no en el disfrute de un derecho, sino en el abuso sobre los derechos de los otros.
Cuando Gerardo Fernández Noroña vende una parte de sus libros para poder viajar en primera clase, tiene razón en molestarse porque alguien le reclame hacerlo. Cuando alguien que no tiene ningún tipo de trabajo político propio habla con desdén en contra de quienes le critican como si él mismo fuera un obrero pauperizado, no la tiene. Es la marca del nepotismo que acompaña, desafortunadamente, a este proceso y que se reproduce en los Monreal, en los Yunes, pero también en los Colosio, en los Madero, en los Garza García o en el priismo como existencia entera. Es la marca de quien no tiene la noción mínima de lo que cuesta lo que está diciendo y asume como un derecho -propio- lo que sabe que para los demás es un lujo.
Hace algunas semanas, escribí como Quadri ve un enorme problema en que los demás gocen de lo que él puede, sin problema, hacer. Para él, recibir su pensión del bienestar es un derecho, pero el resto, está “abusando de que él paga impuestos”. En la mayoría de los casos de quien critica esto, vemos el mismo problema: se quejan de una manera tan ácida de ciertas cosas, que queda claro que el problema no es al final del día, que alguien tenga o haga algo, sino que sea de izquierda o que la gente -en general- tenga cosas que se asumen de izquierda. Al final del día, vi a gente burlándose porque la respuesta de “Andy” (que una marca más de los nepobabies es siempre insistir en que todo lo han hecho por su esfuerzo…) decía que merecía vacaciones después de haber trabajado. Como si la idea de vacaciones fuera en centro de lo ridículo… como si nadie, al final del día, las mereciera.
Se trata de un equilibrio muy complicado. Criticar ciertas actuaciones sin caer en el ataque de nuestros derechos es muy difícil. Pero eso es precisamente, lo que alguien de izquierda debe hacer. Si fuera fácil, entonces bastaba escribir un post en un blog y hacerse escéptico…
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