Un día después del bombardeo a instalaciones nucleares en Irán, el expresidente estadounidense Donald Trump volvió a colocar el foco en la política exterior más agresiva, al insinuar abiertamente un posible cambio de régimen en Teherán. A través de su plataforma Truth Social, el exmandatario planteó que si el actual gobierno iraní no es capaz de “hacer grande a Irán de nuevo”, entonces debería contemplarse una transformación profunda en el poder político del país persa.
Con esta declaración, Trump no solo reutiliza su conocido eslogan nacionalista bajo una nueva bandera —“Make Iran Great Again”— sino que reactiva una vieja narrativa imperialista que históricamente ha servido para justificar intervenciones militares y desestabilización de gobiernos en Medio Oriente.
Lo que resulta preocupante no es solo la frase en sí, sino el momento en que se pronuncia: justo después de una operación militar que destruyó tres instalaciones nucleares iraníes en Isfahán, Natanz y Fordó. Este ataque, denominado por el Pentágono como ‘Midnight Hammer’, fue presentado como una acción puntual contra la infraestructura nuclear, pero la retórica de Trump da señales de un objetivo más profundo y político.
Aunque voceros del Gobierno estadounidense han intentado matizar los hechos, aclarando que no se busca un cambio de régimen sino únicamente frenar el programa nuclear iraní, la declaración de Trump contradice esa narrativa oficial. Al posicionarse como el portavoz de una posible nueva estrategia estadounidense, el expresidente eleva la tensión internacional y debilita cualquier esfuerzo diplomático en curso.
La historia demuestra que este tipo de discursos no son meramente simbólicos. Frases similares precedieron a las invasiones de Irak, Libia o Afganistán. En todos esos casos, Estados Unidos terminó interviniendo militarmente con el pretexto de democratizar o liberar a los pueblos de regímenes considerados «enemigos». Lo que siguió, sin embargo, fue una estela de caos, guerras prolongadas y crisis humanitarias.
Trump, en lugar de moderar su discurso tras un ataque de tal envergadura, opta por confrontar incluso a miembros de su propio partido. Su crítica al representante Thomas Massie, quien cuestionó la legalidad del bombardeo sin aprobación del Congreso, muestra cómo el liderazgo político se pliega ante decisiones unilaterales y peligrosas.
Mientras tanto, el Departamento de Estado ha intensificado medidas preventivas en la región, con evacuaciones de personal en embajadas clave como la del Líbano, y alertas de seguridad en varios países de Oriente Medio. Estas decisiones reflejan el temor real de una respuesta militar por parte de Irán y el riesgo de una escalada regional.
La lógica del “Make Iran Great Again” no solo sugiere una visión distorsionada sobre el futuro de ese país, sino que evidencia un uso político de la guerra como herramienta de campaña, reforzando una agenda que instrumentaliza conflictos ajenos para fines internos.
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